De los malos atardeceres. Un elogio de la escuela pública como casa de las palabras
La pérdida de nuestra potencia narrativa y el borrado casi general de nuestro poder comprensivo tiene consecuencias: cuando el mundo no se nombra, desaparece ante nuestros ojos. La educación, en su terca insistencia en apalabrar el mundo, permite hacer existir las cosas, llamarlas por su nombre verdadero.