Foto: Niños en el norte de la franja de Gaza. Foto de Haneen Maher Salem (ig: @haneen.maher.salem)
—Estoy pensando escribir un artículo sobre por qué militamos.
—Es lo que me pregunto todos los días— contesta Gera, medio para adentro como siempre, mientras pasamos al costado de la cancha del Alas Rojas, a la vuelta de otra reunión en la plaza.
Es chiste, porque lxs dos sabemos que lo vamos a seguir haciendo, que no nos queda otra. No porque nos obliguen, sino porque algo adentro nos impide dejarlo. Pero estamos cansadxs, y hace un tiempo ya que parece que se avanza poco. O que lo poco que se avanza no vale mucho contra el fascismo triunfante, el genocidio, la catástrofe ambiental, las violencias grandes y chiquitas de cada día. Contra tanto, ¿cuánto puede un cuerpo, un pequeño grupo de cuerpos cansados?
Le pregunto a Agus y a Jaz por su diagnóstico de la militancia. Hablamos de que somos pocxs y que estamos cansadxs; hablamos de lo poco atractivos que se vuelven los espacios cuando toda la energía está puesta en que no desaparezcan y no en la razón por la que los conformamos; hablamos de cómo nos deshabituamos a formarnos, a leer, a dar discusiones profundas; hablamos de la culpa y de los hartazgos y de que quizá el individualismo nos ganó. Agus concluye:
—Estamos todos muy enojados con todos los espacios, pero hay algo que nos hace volver.
Hay algo que nos hace volver. No se engañen, no estoy deprimida ni desmotivada: sigo, encuentro siempre algún hueco donde hacer algo, donde insistir cultivando otra cosa. Porque siempre hay gente que sigue cultivando. La pregunta es justamente esa: ¿qué nos hace seguir insistiendo en cultivar entre los escombros?
No lo pregunto solamente por curiosidad. Lo pregunto porque creo que nos debemos esa pregunta, para que no nos gane la desorientación, para no terminar estando por mera inercia, o abandonar todo, o rompernos. Cada tanto, toca revisar los espacios, las propias prácticas, el deseo.
Entonces voy a ensayar respuestas de la única manera que sé: con mis compañerxs. Esa gente que no le huye a las preguntas difíciles, al contrario, las mima, las rodea, las deshilacha, las desarma y con los pedazos empieza armar otra cosa. Esa gente variopinta e improbable con la que hemos caminado trechos juntxs. Esa gente convencida, como yo, de que nada que valga el esfuerzo puede hacerse de a uno.
Tanteo respuestas con Sofi y Ceci, que desde 2020 vienen sosteniendo, con un montón de gente, la Olla Popular Ciudad Vieja, y con Néstor, del Merendero Cooperativo las Bóvedas, compañerxs también de la construcción comunitaria del barrio. Hablo con Jaz, del Ceipa y con Agus, de Ovejas Negras, a las que conocí armando este hormiguero. Converso con mis bolches queridos, el Gera, compañero en la pelea por un barrio que no expulse, y Mauro, del Suntma, sindicato solidario con nuestras luchas.
Jaz nos recuerda, a Agus y a mí, que habitamos todo el tiempo el extremo individual y el colectivo. Que aún en la militancia, con la preponderancia de lo grupal, todo lo hacemos desde nosotras y nuestra experiencia y voluntad individuales. Entonces, no hay cómo no ver mucho de una misma en todo lo que una hace.
—Qué sentido tendría la militancia si no nos sirviera, si no hubiera algo de utilidad en eso, y quizá sí, es egoísta, pero es real.
Esa individualidad, que no se confunde con soledad, se despliega en la militancia, se enfrenta a un mundo jodido que hay que cambiar. La militancia, dice Jaz, te arrima a gente y construye afectos, y te enseña: «aprendés a indignarte en colectivo». Así te vas juntando con gente que, en el peor de los casos, tiene el mismo delirio que vos.
—Vos ahí te das cuenta que no estás solo, porque pensás ‘¿yo no estaré medio loco?, si esto funciona así, ¿para qué lo quiero cambiar?’ y después te das cuenta que hay otra gente que piensa lo mismo que vos y que quiere cambiar las cosas y que está indignada igual que vos. Entonces te juntás, conversás, te organizás con esa gente y en base a eso creás nuevas realidades.— explica Mauro.
Néstor por su parte me tira una máxima: la militancia es compromiso, y el compromiso es libre, porque nadie te obliga. Podemos pensar que el compromiso es con una causa, con un proyecto, pero en última instancia, es con personas concretas, con las que te comprometés a compartir tiempo y tareas, a dar discusiones, a dar peleas.
Entonces, contra el culto de la autosuficiencia, lejos de la idea del militante padeciente que se sacrifica contra su deseo por una causa que no tiene nada que ver con él, la militancia que sirve, que se sostiene, es un acto que nos implica profundamente, donde lo individual y lo colectivo se funden y nos completan como sujetos.
Empiezo a pensar en este texto y garabateo palabras en una libreta. Movimiento, moverse con otrxs, con-moción. Emoción, encuentro por ahí, viene del francés émotion, a su vez, de émouvoir, que es ‘provocar emoción’ y, también, ‘agitar, disponer a la sedición’. Lo anoto.
No se trata acá de negar el sufrimiento, sino el padecimiento. En la militancia se duele. Hay enojos y tristezas, además de alegría. Hay todo eso porque se pone el afecto, el cuerpo, y el deseo. El padecimiento es la resignación, la conformidad. La militancia debe ser gozosa, dice Federici1, pues el gozo es una pasión activa, deseante, en movimiento, que surge cuando «entendemos la situación en la que estamos y actuamos de acuerdo a lo que se necesita de nosotros en ese momento». Es la capacidad potenciada colectivamente de transformación. Es cuando sentimos el poder de cambiar con otrxs, cambiarnos el mundo.
Según Rancière2, la política empieza cuando quienes estamos destinadxs únicamente al trabajo, que no deja lugar para más nada, nos tomamos el tiempo que no tenemos para declararnos parte del mundo común, cuando nos hacemos «un cuerpo consagrado a otra cosa que no sea la dominación».
En la militancia nos humanizamos, nos resistimos a ser mero recurso, simple músculo y nervio productor de plusvalía, generadores de datos para el algoritmo, consumidores acríticxs de lo que sea necesario consumir para que la rueda gire. La militancia es trabajo, sí, agota, consume, pero es tan distinto al laburo. Es un trabajo plenamente humano. Es un trabajo que desaliena.
Gera dice que la militancia le da sentido a su pasaje por este mundo, es parte de quién es. Para él, empezar a militar es como tomarte la pastilla roja de Matrix. En la película, cuando se tomaban la pastilla roja y entendían, se pasaban a la resistencia.
—Tomarte la pastilla roja y quedarte quieto, eso en la película no pasaba. Ver cómo funciona todo y no hacer nada, quedarte en la tuya, eso es muy difícil.
Es liberador empezar a entender de dónde viene toda esa injusticia, ese dolor, y entender que eso no es el mundo, sino una forma de organizarlo. Es la posibilidad, la potencia, que se construye encima de un dolor, que conviven con sabernos medio rotxs. La militancia también sirve para sanarnos, en un mundo que insiste en rompernos. Sanamos tomando conciencia de nuestra interdependencia, de las heridas con las que llegamos a la militancia, también, empezamos a sanar cuando somos capaces de politizar el dolor.
Empecé este año un poco desorientada. El espacio de militancia que me daba sentido de pertenencia hace años había perdido su potencia. Fui repartiendo esfuerzos por distintos lugares, refugiándome en las tareas y en los vínculos que había construido en estos años. Probablemente de esa desorientación nace este texto. Para volver a politizar dolores ando buscando orientación, y con estas charlas empiezo a definir coordenadas.
Primera coordenada: la conciencia
Agus llama la atención sobre la necesidad de entender bien aquello de «lo personal es político». No se trata tanto de poner como problema político mi situación particular desde su particularidad, sino de entender lo que hay de colectivo en esa particularidad. Si todxs tenemos el mismo problema, aun en manifestaciones muy diferentes, no somos nosotrxs que fallamos, es un sistema que nos falla.
Los espacios de militancia son primero que nada espacios de politización. Eso es lo que le cambió el esquema a Sofi, que ya había hecho cosas en colectivo, para resolver problemas concretos, pero nunca como militante. En las ollas, encontró, se resuelve un plato de comida, pero además, y sobre todo, se reflexiona y se discute, entre vecinxs, sobre todas las dimensiones que hacen a la vida cotidiana. A las ollas las castigaron por eso también, por no callar lo que había de político en el hambre.
Nos vamos haciendo sujetos políticos entendiendo nuestra potencia colectiva, nuestra agencia y nuestro lugar en este orden de cosas. En los espacios militantes se discute teóricamente, pero con la realidad concreta ahí apretando. Por eso son espacios de formación privilegiados.
—A veces se dan discusiones tan ricas y tan profundas que para acceder a ese conocimiento de otra forma tendrías que leer un un millón de libros y en una discusión accedés a esas ideas mucho más rápido y de forma más pedagógica— reflexiona Agus.
Más allá de las coyunturas, dice Jaz, la militancia sirve para que siga habiendo espacios donde cuestionar, expresarnos, construir con otrxs las herramientas de liberación para disputar poder. La militancia nos da la alegría, dice, «de tener algo por lo cual no está todo dado». Ni ella, ni nadie de nosotrxs se imagina que dejen de existir espacios así. Siempre que haya poder, habrá quién lo dispute.
El merendero, conversamos con Néstor, es una necesidad concreta, pero un poco también es una excusa, para organizarse y para hacer. Después que te organizaste y agarraste impulso, aún si se resolviera el hambre, la organización quedaría, se transformaría, porque problemas hay a patadas y porque la causa última de estos problemas no desaparece. Así seguís construyendo la conciencia de un mundo diferente.
Por eso los triunfos y las derrotas no son grandes acontecimientos. Me dice que formar el sindicato en el 64 en el liceo de Paso de los Toros puede verse como una victoria, pero en su momento era el principio, al otro día había que mantenerlo. Lo mismo con las veces que todo se desarmó, y hubo que levantarse, juntar los pedazos y seguir haciendo, porque siempre hay algo que hacer. Siempre hay que seguir construyendo conciencia y organización.
Segunda coordenada: la prefiguración
Pregunto a Ceci y Sofi por el significado y la tarea de la militancia. Sofi dice que la tarea es juntarse, encontrar problemas comunes y deseos comunes. Ceci contesta, mientras se pasea por el living con la pequeña Emma encima:
—Lo que he reflexionado es que todo el mundo cree en alguna cosa, ¿no? Yo creo en la gente, me mueve la gente, los vínculos. Poder vincularme, profundizar, construir las relaciones con la gente lo más horizontalmente posible.
La tarea es lograr que cada vez más nos asumamos sujetos activos de la construcción de lo que deseamos. Néstor, Ceci y Sofi hablan de horizontalidad en la construcción colectiva. Desestabilizar jerarquías, construir roles a partir de deseos y habilidades, liderazgos rotativos, que la iniciativa y la propuesta puedan surgir desde cualquier lugar.
«Vos no podés pensar una sociedad distinta si no estás tratando de tener una idea y una práctica que se aproximen a esa sociedad distinta que vos pretendés», dice Néstor, aunque acepta lo difícil que es cuando esta realidad nos atraviesa. Es, dice, como querer respirar abajo del agua sin tener branquias. Estamos muy acostumbradxs a esperar que sean otrxs quienes hagan y definan.
Para tener alguna posibilidad de futuro, y en lo posible un futuro más deseable que este presente, precisamos recuperar el control humano, colectivo, de hacia dónde vamos, y para esto no queda otra que desarrollar nuestra autoconciencia colectiva y nuestras capacidades de organización y de proyección.
Frente a la precariedad generalizada, económica pero también de los afectos y de las ideas, que nos impide establecer los vínculos que precisamos para la subsistencia, el cuidado, el pensamiento, frente a esa precariedad total, la militancia debe abrir fisuras.
Por eso, resistencia no es lo mismo que aguante. Donde nos quieren aguantando cada vez más humillación, dolor, hambre, represión, más vida entregada al capital, plantamos resistencia. Es no bancarse nada de esto, insistir en ser gente, y seguir construyendo las bases de una vida más deseable. Es retejer todo el tiempo esos vínculos, armando otra cosa, pensando lo impensable y ensayándolo, hoy.
Los espacios de militancia son los escenarios para esos ensayos, aun sin proponérselo. Ahí podemos ganar la experiencia concreta y real de organizarnos para resolver colectivamente lo que colectivamente necesitamos. Podemos poner en práctica formas de hacer y resolver menos violentas, menos patriarcales, menos racistas, menos mercantiles. No quiere decir que el conflicto no exista, ni que siempre se resuelva bien. Quiere decir que insistimos en imaginar y actuar otros mundos posibles y necesarios, y no es poco.
Tercera coordenada: la trama colectiva
Un sábado de octubre las compas de la colectiva En la Olla inauguran la casita que fueron acomodando en el Cordón. Hay un muro forrado de afiches que funciona como archivo de deseos pasados y vigentes. En la pieza de al lado, Radio Pedal transmite una entrevista a Lita y María, las ‘veteranas’ de la colectiva. Lita resume clarito: «el hecho de acompañarnos es importantísimo, porque refugio en otro lado no vamos a tener».
Una de las cosas que ensayamos, una de las fisuras que abrimos en esa resistencia, es la del afecto, en un mundo que nos quiere hacer creer que podemos todo solxs. Lo colectivo no es solo juntarse a disputar poder, es que nos precisamos, precisamos quién nos arrime un hombro cuando la cosa se complica, y precisamos compartir las risas.
—Y también conocí un mundo de gente que fue imparable. Le dio sentido a mi vida. Estoy pa esta. A esta gente yo la amo, son mi familia, es gente que de repente la veo más que a mi vieja, hablo todos los días. Se armó una comunidad interbarrial, de la punta del Cerro a la punta de Bella Italia y son gente que queremos de verdad— se entusiasma Sofía.
Sin buscarlo, y si tenés un poco de suerte, la militancia te regala un puñadito de personas que está ahí para atajarse mutuamente las caídas. Por lxs compas se activan redes, se corre a resolver, aparecen las soluciones que nadie puede conseguir solx. Y si no se consiguen las soluciones está el abrazo. Es difícil no aprender a querer a gente que perdió batallas contigo.
En los barrios y los pueblos todavía encontramos, la mayoría de las veces languideciendo, los restos de las instituciones de la colectividad obrera. Los bares, los clubes de barrio, con su cantina y sus carnavales, primos hermanos de los sindicatos llenos; los cuentos de las huelgas y sus redes de solidaridad. Son las pruebas de que siempre supimos que sostenernos es una tarea irrenunciable.
Cuarta coordenada: las escalas
Hay quienes se criaron en esa lógica, familias, barrios, pueblos donde la militancia, la politización, el trabajo colectivo, estaban presentes. Además de alimentar la inclinación a la participación, nos permite reconocernos como parte de algo que trasciende tiempos y espacios. Mantenemos diálogos con organizaciones, autores, situaciones que histórica o geográficamente escapan a nuestra coyuntura.
Me dice Néstor que él no va a ver ese mundo que vamos construyendo, y que probablemente yo tampoco. Le retruco que capaz no es un punto de llegada, que nunca vamos a estar conformes. Coincidimos en que cada generación apechuga con lo que la anterior le deja, y con eso construye las condiciones para quienes vienen después, buenas, malas o más o menos. La militancia nos deja, aunque sea por un rato y en algún punto insignificante, entendernos como motor de esa historia.
Ante la escala de nuestros problemas, Angela Davis llama a resistir a la temporalidad capitalista del inmediatismo, oponiéndole la temporalidad histórica: ¿qué pasa en la próxima generación? Esa es la temporalidad de la militancia, quienes estamos hoy luchando «somos la manifestación de la imaginación de aquellos que lucharon antes y que no se rindieron» solo porque no iban a lograr ver las conquistas por las que luchaban.3
Se conforma un diálogo asincrónico e inesperado entre Jazmín y Néstor. Jaz habla de la militancia de hoy y reivindica la persistencia aún frente a coyunturas desalentadoras. Trae la comparación con los 60, uno de esos hitos que llevamos pegado en alguna pared de la mente. No nos tocó vivirla, y capaz fue un momento heroico, o capaz hay mucho de romantización, dice.
—No sé si las decisiones se tomaban entre 58000 personas… Capaz que había vanguardia igual, había poca gente tomando decisiones para muchos. Creo que eso lo podemos tomar en cuenta para pensar que ahora, aun siendo pocos, podemos lograr cosas valiosas.
Dos semanas después y sin enterarse, Néstor se mete. Dice que fue una época irrepetible, un punto de quiebre. —A veces uno tiene suerte de vivir determinados momentos. Yo tuve suerte de vivir aquello.— Dice que las discusiones eran las mismas que ahora, pero que recuerda un compromiso que hoy no se ve. Pero no nos está rezongando, porque no alcanza solo con la voluntad. —La realidad te empujaba. Ahora vos tenés que empujar a la realidad. Pero bueno, alguna vuelta le van a encontrar.
Así que seguimos empujando la realidad, hasta que la realidad arranque. «La resistencia me pone muy feliz», dice Mauro. Encontrar en el pasado y el presente las historias de los pueblos que resisten y aprender las lecciones de dignidad que nos dejan.
Esa dignidad la resume en asumir la muerte en vez de negarla, que es un rasgo bien típico de nuestra relación con ella. Y asumirla es pensarla, apropiarnos de ella y de sus causas. Dice que morir luchando, resistiendo la opresión, peleando por otro mundo, es más digno porque es más valioso para la vida que vivir una vida sin un sentido, de explotación.
Gera habla de la disciplina comunista. De tener claro que la cárcel, la tortura y la muerte, son posibilidades cuando se disputa poder. De los métodos, la paciencia de no esperar resultados rápidos. Hablamos de lo importante de poder dimensionar la escala del cambio que querés y en proporción a eso, poder dimensionar la escala del esfuerzo. O el sacrificio, como prefiere llamarlo él.
Leo a John Berger: «Toda forma de hacer frente a la tiranía es comprensible. Dialogar con ella es imposible. Para que vivamos y muramos debidamente, las cosas han de nombrarse debidamente. Reclamemos nuestras palabras.»4
Mis compas me ayudan a reclamar las palabras. A no sentirme tan sola cuando tengo la necesidad de, ante tanta muerte, hablar de otra muerte, contra tanta violencia, imaginar otra violencia.
Buscarle un sentido a este pasaje efímero y encontrarlo, justamente, en buscar una vida que tenga más sentido, y construirla, hoy. En ese camino es que nos vamos emancipando, individual y colectivamente. La emancipación no es otra cosa que el reconocimiento del propio deseo y la búsqueda de su realización.
Ese mundo que deseamos, y que nos regala destellos de su apariencia en nuestros procesos militantes, es una especie de brújula que hay que tener siempre a mano. En los preciosos momentos en que confirmamos el rumbo, aun sabiendo que falta mucho y que es cuesta arriba, la maravilla ocurre. Jaz lo resume así: ante la pregunta de si las fuentes de sufrimiento van a ser eternas, la respuesta de la militancia es un rotundo no.