Lo que dijeron de nosotros – Entrevista a Walkiria Olalde

Cuando vino la dictadura, a raíz de lo que había pasado con esta amiga mía, yo dormía con las botas puestas. No me animaba a sacarmelas porque a ella la llevaron y no la dejaron ir a buscar un abrigo a la casa, y la hicieron morir de frío. Y yo decía «a mi si me vienen a buscar acá —porque golpeaban y sacaban a la gente de noche—, me van a sacar en pijama y no voy a tener ni abrigo ni zapatos», entonces me acostaba con las botas largas puestas.

Lo que dijeron de nosotros

Walkiria Olalde fue parte del grupo de militantes que fundaron el primer comité frenteamplista en Guichón, ciudad del departamento de Paysandú. Durante años sostuvo múltiples tareas al mismo tiempo: atendía su farmacia, cuidaba a su familia y militaba con firmeza en una localidad donde todos se conocen y las ideas de izquierda aún hoy generan resquemor. Como tantas mujeres, mantuvo la lucha en el tiempo, aunque los tiempos cambien. Supo adaptarse sin perder la rebeldía. Hoy, con ochenta años y tras décadas viviendo en el exterior, comparte un testimonio cargado de memoria: vivencias propias y ajenas que aún la conmueven, recuerdos de tiempos cercanos al golpe de estado en 1973. Cuenta de los abusos que el poder autoritario habilitó a los subalternos, protegidos por la impunidad, y de las pequeñas resistencias posibles de esos mismos subalternos. Cuenta también del cuidado de sus compañeros, de la vigilancia de sus vecinos, del miedo instalado como forma de control. Y de la persistencia de una lucha. 

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Pasamos mucho miedo. Yo era muy joven en esa época, la tenía a Silvana, la del medio. La dejaba con Germán en casa, mi esposo, y yo salía a pintar, hacer recorrido de pegatinas y en eso militábamos todos los días. Pasamos una época bien fea, pero bueno, la pintarrajeada y todo eso ya la habíamos hecho, y yo no iba a dejar de ser quien era, ni lo que pensaba, porque vinieran estos mandamáses y te obligaran. 

Vino el doctor Burgel de Paysandú para hablarnos de formar un comité en Guichón e integrar las listas que estaban armando el Frente en Paysandú. Ahí nos citaron a cantidad y formamos el comité en Guichón. Éramos pocos y bien mal mirados. No sabés la cantidad de gente que a mi se me retiró de la farmacia, de clientes. Éramos bien mal mirados… Después volvieron con el tiempo, pero, ¡ah, no!, nos miraban con una desconfianza… «Los comunistas estos, mirá», «¡no, no! Estos son los que van a llevar a los niños a Berlín». Asustaban a la gente de que nosotros íbamos a llevar los niños al muro, que íbamos a robar los niños. Todo lo que dijeron de nosotros fue lo que hicieron ellos. Porque fijate la cantidad de niños que desaparecieron, eso no fue gente del Frente, fueron ellos los que los hicieron desaparecer. Toda la gente que tiraban de los aviones y aparecían los cadáveres en Paysandú, en el río. Eso fue horrible. Todos los días mirando en el diario las cosas que salían. 

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Yo me crié en un hogar blanco. Mi madre y mi padre eran blancos. La primera vez que voté, voté a los blancos, porque en mi casa era lo que había que hacer. Yo me crié haciendo sobres y doblando listas, era blanca. La primera elección que ganaron hicieron todo para beneficiarse a ellos y dije: «nunca más voto a los blancos». En estas elecciones hicieron lo mismo… Papá me decía: «Walkiria, vos votá a quien vos quieras pero no le vayas a poner ni un pegotín al auto porque yo voy a salir a juntar a los blancos». Y ta, yo le respetaba el auto a papá, pero en la puerta del garage, que eran dos portones de hierro inmensas color cremita, yo coloqué en una una F y en otra una A. Cerrabas el garage y quedaba la sigla. Y mamá se vino conmigo, mamá votó al Frente hasta el último día. Papá le decía: «vieja, no seas vendida, si nosotros siempre fuimos blancos». Te das cuenta la mentalidad de porque vos sos o fuiste, cómo vas a dejar de ser blanco. «¡No, qué van a decir los del partido!». 

Cuando conocí el movimiento [tupamaro], todas las cosas que hacían, yo los aplaudía. Nunca tuve un arma en la mano ni nada pero aplaudía que les sacaran las caretas a todos estos bandidos, con las financieras como hicieron, toda esa gente que tenía oro escondido y estaban matando de hambre a los que estaban en la fábrica. Todo eso, yo los aplaudía. Tenía veintipocos. Una vez que iban para el Queguay levantaron en la farmacia un montón de vendas y cosas de alcohol, me dijeron que era para el movimiento y yo lo entregué. Yo no pregunté más nada. Era un botiquín de refuerzo que llevaban. En el Queguay sabíamos que había guerrilla escondida. Y bueno, todo era por la causa. 

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En el 72 nosotros habíamos alquilado una casa en la Floresta y habíamos salido con mi marido a pasear, a tomar mate, y estábamos en el auto cuando se empezó a sentir una marcha militar: «Y esto, ¿qué diablo es?». Era que ellos estaban ya adueñándose de las emisoras. Eso fue un año antes del golpe total. Se presentaron como los salvadores, iban a «salvar al país». Yo siempre tuve desconfianza, porque mi padre siempre decía: «nunca hay que darle entrada a la milicia al gobierno, nunca». Y bueno, dicho y hecho. Tengo el recuerdo de cuando empezaron a pasar las marchas, era horrible. Te erizaba la piel. Y los comunicados que sacaban. Era horrible. Fue una cosa tan fea porque en Uruguay no estábamos acostumbrados a ver nada de eso, nada. Y a partir de ahí todo era un silencio sepulcral, no se podía hablar nada. Había que andar con cuatro ojos porque no se sabía quiénes eran los que estaban a favor. Y en Guichón había gente que éramos «A», «B», «C». Bueno, como yo milité públicamente siempre, cualquiera me podía acusar. 

En el 73 a mí me tocó estar en Montevideo, llevando a Germán que lo operaban del oído, y nos quedábamos en un apartamento en Canelones y Ejido, casi en la esquina. A una cuadra, por Yaguarón estaba la panadería de Julio Moreira de Guichón, que se había ido a poner panadería a Montevideo. Entonces yo iba a pie del apartamento a buscar cosas, y un día iba entrando y me tiraron para abajo del mostrador, Blanquita y los otros que estaban ahí. Yo no sabía qué pasaba. Era un vendaval de policías que entraron todos marcando el paso y… ¡Ay!, yo sin documentos. ¡Seguro, si había salido una cuadra! Acostumbrada a andar en Guichón, sin nada. No, nunca más salí sin documento después de esa vez. Porque era horrible, te agarraban donde sea y te revisaban, te ponían contra la pared y te revisaban todo. De esa vez me acuerdo, pobre Julio y Blanca, que fueron los que me empujaron para abajo, gracias a ellos no me vieron. Era gente conocida de allá de Guichón. Éramos todos compañeros.

Un día el milico Velázquez se enojó conmigo porque tenía cuenta en la farmacia y me gritaba «¡tupamara!, ¡comunista!» y yo ni me asomaba. O sea, cualquiera te podía venir a decir cualquier cosa y vos tenías que bancártela porque te llevaban a declarar a ver por qué te decían eso y vos no tenías nada que ver con el movimiento [tupamaro]. Porque, la verdad, yo no iba a denunciar a ninguno pero nunca había actuado en el movimiento, para nada. Eso fue horrible porque nos pusieron a unos en contra de otros. Ya te digo, no sabíamos quién era quién. La gente te denunciaba por lo que fuese. Para colmo justo había un comisario en Guichón, Zapata, que se hizo la estrella. Llevaba todas las denuncias habidas y por haber, metía al marido preso y después violaba a las mujeres. No… Cualquier cosa pasó, cualquier cosa a todo nivel. 

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Tuve cuatro policías amigos que ya están muertos, cosa que mucho lamenté cuando fui el año pasado al Uruguay porque una de las cosas que yo quería era abrazar a esa gente. Entre tanta gente que quería ver, que ví y que me quedé sin ver. Esos cuatro amigos que se me presentaron en aquel momento en distintas ocasiones diciéndome «Walkiria, cuidate, mirá que tenemos orden de vigilarte». Y yo sentía los pasos, Jazmín, yo sentía los pasos de la policía cuando doblaban la esquina de la farmacia, en 18 y Orden. En esa esquina, hasta abajo estaba la farmacia, mi casa familiar, el garage y la otra casa chiquita que teníamos en el costado. Yo sentía que doblaban por 18 para abajo e iban bien contrita, pero contrita, los pasos de la pared y se paraban en la ventana de mi dormitorio. Entonces yo dormía con la ventana cerrada, cuando descubrí que eran los pasos de ellos que se paraban ahí. 

Después empecé a cerrar la ventana porque queríamos escuchar qué pasaba en el Uruguay, prendíamos la radio de baja frecuencia y escuchábamos Radio Moscú. Por ejemplo, cuando lo de Roslik¹, cuando había alguien muerto. Nos enteramos de un familiar de papá que era dentista en Colonia y estaba preso, lo llevaron preso por tupa y se mató, «se tiró de allá arriba». Y todo eso mentían. Como le pasó al Loyo García² de Guichón. No era que la gente se quería matar sino que los mataban ellos y luego decían que se habían querido matar. Del doctor Roslik me enteré antes de que lo mataran, me enteré que lo habían apresado el día antes. Nosotros fuimos a San Javier cuando se cumplió el año de su asesinato. Fuimos nosotros como familia, a saludar a la señora. Cuando fuimos, la primera vez, estábamos en dictadura, viajamos callados la boca, sin decir a nadie, y había otra gente que había ido sola a saludar a esta señora. Era un apoyo. Pero cuando se hizo el homenaje a Roslik, ya nos sacamos la dictadura de encima. Se juntó todo el pueblo, se hizo una fiesta grande en San Javier. Ahí ya había nacido mi hijo Leonardo, en el 85 tiene que haber sido. 

Pero en esa época, era poca cosa lo que se podía hacer. 

Un día estaba en la farmacia. Estaba por hacer unas fórmulas y Raquel me habla por la ventana. Me dice: «buen día, acompañame hasta la comisaría que me mandaron un mensaje y debe ser Eduardo». Era el marido. Y yo le digo: «ay, Raquel, perdoname. Tengo que terminar estas fórmulas. ¿Podes esperar?». «Ay, no, no, no puedo esperar porque ya hace rato que me llamaron». Al otro día me entero de que la habían llevado, la habían citado y la habían metido en una chanchita, y la habían llevado para Paysandú. Que ella quiso ponerse un abrigo, pidió, porque de comisaría pasaban por la casa de ella. Le pidió que pararan para levantar un saco y no la pelaron. La llevaron para allá y le hicieron de todo. Mirá, no hubo nada que no le revolvieran. Pobre Raquel… Vagina, ano, todo le revisaron. Le metieron de todo para ver si no tenía papeles escondidos. ¡Un despropósito! Para que después se supiera que ellos estaban buscando a Raquel Culñev³, que era una muchacha que trabajaba en el grupo de los tupa. No sé si había disparado, o se había escondido, y la estaban buscando. Y esta era Raquel Da Cunda. Y los Da Cunda de Guichón eran gente de lo más cerrado que había en política. De la gente de Chicotazo. Son los mismos blancos herreristas de ahora, que estaban con esa gente. Bueno, ellos ni siquiera eran blancos independientes que podrían ser un poco más liberales. Que podían decir «bueno, puede ser que ésta sea así…». No, agarraron y por poco no la destriparon, pobre gurisa. No sé cuánto tiempo estuvo en tratamiento con psicólogo. ¿Vos te crees que lo entienden realmente por lo que fue? ¡No! «Una equivocación de la policía, de brutos que son los milicos». Si hubiera sido de izquierda, ah, hubieran dicho todo. Y andá a saber si no denunciaban o hacían un escrito en el diario. Pero como era de ellos, calladitos. ¡Todos calladitos! Ah, pero se supo. Se supo. Porque cada cosa que pasaba la gente lo comentaba. 

Los blancos liberales, que apoyaban a Wilson, tenían una diferencia muy grande con la dictadura. Esa gente era la gente más luchadora de Guichón, que estuvo cuando el plebiscito que había que votar «No»⁴‬ contra la dictadura. Recuerdo que don Segundo Cabrera bajaba por la vereda de casa, de la farmacia, subía por el frente, y a todas las personas que despedía con la cabeza les decía que no. A todos. Pasaba otro y dale que no. Iba como un semáforo el viejo por la calle. O sea, se daba el lujo de hacer eso siendo que si lo veían… ¿Ahora quién se va a animar a hacer eso? Nadie. A los gurises no les preocupa, no lo piensan. A gente de mi edad encontré poca ya en Guichón. En Guichón ya no hay gente que se ponga a llevar un partido adelante, ni nada. No veo. 

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Yo tuve que viajar a Rivera con el maestro Hugo y la maestra Nilda, son compadres y amigos de una vida. Me acuerdo que fuimos a una disquería y encontramos en un cassette de Los Olimareños que habían sacado esa canción nueva, «paisito, este país no es mi país». Lo compramos y nos fuimos a la ruta, en la mitad de la ruta, a escucharlo, porque, a dónde vas a escuchar eso… «Mi país está llorando»⁵. Puede haber alguien que te escuche y si vos no sabes quién te está escuchando… Tenías que cuidarte de todos. Fijate que yo recibía… Yo no sé quién me mandaba cartas de Wilson Ferreira Aldunate. Y yo las recibía y las pasaba, pero nunca supe quién me las mandaba. Dos veces recibí en cassette y una vez en carta, y yo lo pasaba a todos. Salíamos para el lado de las termas y poníamos el cassette.

Era la manera de pasarnos los datos. Por ejemplo, cuando escuchábamos Radio Moscú poníamos una radio inmensa arriba de la cama y nosotros, con Germán metido, con todas las frazadas arriba y el acolchado por arriba de la radio, escuchábamos casi en secreto ahí abajo. Después mandaba con una caja de medicamentos que se fuese a entregar para una familia, «anda a llevar este medicamento a fulano de tal» y leía o escuchaba el cassette y se lo pasaba a otra persona. En esos momentos, cuando la dictadura, nos pasábamos cosas entre los blancos independientes de la UBD [Unión Blanca Democrática], que era la gente de Wilson. Pasábamos las cosas de Seregni y de Wilson. De colorados nunca pasé… nunca me llegaron tampoco. A veces venía por correo y, a veces, por manos del doctor «Chiquitín» Esquivel. 

Pensar que él, cuando vino a Guichón, papá lo trajo. Él venía disparando de la dictadura de allá [Paraguay] y todas las cartas y todas las cosas que venían para Chiquitín venían a nombre de mi papá porque él no quería decir dónde estaba. Se casaron en mi casa con Susana, mis padres fueron los testigos del casamiento. Fue un gran aliado nuestro y también nosotros de él porque cuando la dictadura vino toda aquella milicada y le abrieron la casa, le revisaron desde el techo, los pisos, todo, y se volvió para Paraguay, después tuvo que venirse y nosotros lo fuimos a buscar. 

Reconozco que yo no era santa de devoción de ninguno de estos miliqueros, pero uno sirve como persona si hace algo por los demás. Cuando las personas solo sirven para sí mismos no sirven para nada. Si vos no haces nada por los que están al lado, y solamente tragas para engrosar el bolsillo tuyo nomás, es una desgracia, así no se puede vivir. Yo al menos no puedo vivir así…

Yo perdí un embarazo. Empecé con pérdidas grandes y Chiquitín le dijo a Germán que me llevara para Paysandú. Estábamos en plena dictadura, teníamos lunes, miércoles y viernes permiso a los autos pares; martes, jueves y sábados los impares. La mía era par y era un lunes de noche, entonces Chiquitín le dijo así: «llevala para Paysandú que yo voy a hablar por teléfono». Y yo le dije: «no podemos salir, si el auto es par». «No, yo voy a hablar a la comisaría». Entonces Germán me cargó y me llevó al sanatorio. Al otro día temprano a las siete de la mañana ya estaba en el quirófano y Germán ve que paran en Ituzaingó, en el sanatorio Pasteur, un jeep lleno de milicos armados hasta los dientes. Ni se imaginaba, dice que miró y pensó: «¿Y estos? ¿A qué vendrán acá?». Se pararon en la puerta y gritaron «¡German Niell!». Y se paró como un resorte: «¿Qué pasó?». «Nos tiene que acompañar». «Estoy con mi esposa internada acá». «Tiene que darnos unos datos». Entonces lo detuvieron, lo llevaron al batallón de allá abajo. Iba con una rabia sentado con todos los milicos llenos de armas. Todo porque estaba el auto andando un día que no le correspondía. ¿Te podés imaginar que puede estar haciendo alguien en un sanatorio? Bueno, no sé las horas que lo tuvieron ahí, yo me enteré después. Pero para que veas las estupideces en las que caían. Y así como nos pasó a nosotros quién sabe a cuántos. Es una cosa que no tiene nombre. Todo el tiempo que perdíamos, ¡se adueñaron de tanta cosa! Yo no sé cómo mide esa gente el tiempo de los años que vivieron, es decir, «yo he vivido estos años haciendo», ¿qué? Es muy loco todo, pero viviendo y aprendiendo. Te digo que nunca, nunca, voy a dar vuelta la hoja con todo esto.

¹ Vladimir Roslik, médico perteneciente a la comunidad rusa de la localidad de San Javier, Río Negro, secuestrado por las FFAA en reiteradas ocasiones. Su muerte se registró el 16 de abril de 1984 a causa de las torturas recibidas.

² Marcelino García Castro, piloto guichonense retirado de las FFAA, detenido el 3 de junio de 1972 en la ciudad de Tacuarembó en el marco de uno de los operativos de desmantelamiento del MLN-T. Se registró su muerte el 24 de julio de 1977, mientras cumplía su condena en el Penal de Libertad.

³ Raquel Culñev Hein, maestra sanducera militante del MLN-T detenida el 30 de junio de 1972. El 11 de junio de 1911 se registra su muerte a causa de omisión de asistencia médica mientras cumplía su condena en el E.M.R. Femenino 1.

⁴‬ El gobierno militar buscó legitimarse con un plebiscito constitucional en 1980. El resultado fue un aplastante triunfo del «No».

⁵ La canción Ta’ llorando de Los Olimareños pertenece al álbum Donde Arde el Fuego Nuestro, lanzado en 1980. En 1977, José «Pepe» Guerra había realizado su primer álbum solista con el nombre de esta canción, mientras Braulio López, su compañero, fue apresado por la dictadura argentina. Entre sus versos reza: «este cielo no es el cielo de mi tierra, y esta luna no brilla como aquella / como aquella que alumbró mis sueños altos, más altos que el temblor de las estrellas».

⁶ Atilio Esquivel Gaona, médico paraguayo que escapó de la dictadura de Alfredo Stroessner y se instaló en Guichón, siendo uno de los impulsores del Frente Amplio en Paysandú.

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