Este año se celebra el 80° aniversario de las misiones sociopedagógicas del Uruguay, impulsadas entre 1945 y 1972 por estudiantes y docentes de magisterio, a quienes se sumaron estudiantes de medicina, odontología, agronomía y de la Universidad del Trabajo. Tomando como antecedentes las misiones culturales en el México revolucionario de los años veinte y las misiones pedagógicas españolas en la República de los años treinta, esta experiencia fue pensada como preparación práctica para maestros y maestras rurales, que asumieron también la responsabilidad de denunciar las condiciones de explotación y precariedad en las que vivían las personas en el medio rural. A partir de una propuesta pedagógica que se fue transformando para incluir prácticas de higiene, salud y vivienda, en conjunto con espacios lúdicos, cine, teatro, música y baile, la preocupación central por la educación rural se daba a raíz de que la distribución de la propiedad de la tierra en el país generaba una profunda desigualdad que se manifestaba en las condiciones de vida tan diferentes entre los propietarios de la tierra y los trabajadores rurales que sobrevivían en los rancheríos construidos en la periferia de las tierras alambradas.
Desde la primera misión, que se realizó del 2 al 11 de julio de 1945, participó el maestro militante Julio Castro, cuyo testimonio de la experiencia quedó registrado en el Semanario Marcha del 13 de julio de ese mismo año: “porque creemos que lo visto allá debe saberlo todo el país, es que lo escribimos”1. Explorando esta fuente podemos acceder a las palabras de un educador atravesado por vivencias formativas en un contexto que requería, ya no solo la presencia escolar, sino el trabajo social humanitario. En dicha oportunidad viajaron dieciocho misioneros junto a tres docentes del Instituto a Caraguatá, en el departamento de Tacuarembó, contando con la solidaridad de la Asociación de Amigos de los Institutos Normales y el aporte financiero del director del Consejo de Enseñanza Primaria y Normal. Aunque para esta misión pretendían conseguir apoyo del Ministerio de Instrucción Pública (actual MEC), éste nunca los recibió y el proyecto se llevó adelante sin apoyo estatal. Con el pasar de los años la práctica se fue expandiendo; para 1949 se integraron estudiantes universitarios y se abrieron centros de misiones en algunos departamentos, que fueron las instituciones encargadas de coordinar el trabajo.
Hoy aquellas experiencias sociopedagógicas se nos presentan como antecedentes históricos originales, que entrelazan formas colectivas y pedagógicas de pensar la militancia de la clase trabajadora. El trabajo sostenido por estos educadores organizados hoy es rescatado por el Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Enseñanza Privada (Sintep), a partir de las brigadas pedagógicas que lanzaron hace más de un año.
Cuando el horror se convierte en acción pedagógica
En conversaciones con Pablo González, secretario de organización de Sintep, pudimos conocer el trabajo de las brigadas pedagógicas que actúan en coordinación con las brigadas sindicales del PIT-CNT, quienes se dedican específicamente al apoyo en la formación de personas de diversas edades que lo necesitan, sea porque están insertos de manera precaria en la educación formal o porque han quedado por fuera del sistema. Ambas iniciativas responden a un mismo diagnóstico: “hemos tenido dificultades en cómo se vincula el movimiento sindical con la sociedad, con los diferentes colectivos, donde por momentos tiene un arraigo muy potente con los plebiscitos, con una agenda muy cargada de mucha actividad territorial, pero que luego se repliega, se contrae, y todo ese trabajo de vínculo con el barrio queda en la nada”. A partir de allí, surgen las propuestas: “la idea es generar una nueva forma que interpele al movimiento sindical, que haga una autocrítica de cómo ha construido la forma de estar, y que llegue para quedarse”. Esta visión de largo plazo funciona actualmente en dos zonas de Montevideo, Bella Italia y Villa Española, “la idea es que sea un modelo de trabajo abordado por toda la Intersocial; por la FEUU, la Fucvam, el movimiento feminista, el PIT-CNT”.
Las brigadas de Sintep van en la misma línea, “la idea tiene que ver con el desafío de por qué, como movimiento sindical y como docentes o educadores, hemos dejado de lado aquella idea que era tan identitaria nuestra que eran las Misiones Sociopedagógicas. ¿Qué pasa hoy con nosotras y nosotros que esto no es parte de nuestra práctica? Esa pregunta nos rompía la cabeza. Entonces dijimos ‘esto tiene que ser parte de nuestra práctica’ porque el movimiento sindical tiene que estar en los barrios y tiene que ser una herramienta solidaria que permita impulsar las transformaciones trabajando junto con otras y otros. Entonces hicimos una convocatoria que desde el día uno fue abierta a afiliados de Sintep pero también a otros colectivos sociales, porque acá no se trata de ser o no de Sintep, sino de compartir una perspectiva de transformación que esté apoyada en la coherencia de nuestra práctica, porque la gente que va es gente militante, que destina su tiempo a aportar a un proyecto”.
Es importante resaltar que se trata de un sindicato con gran potencial para impulsar experiencias de educación popular: “el sindicato tiene docentes de colegios, docentes de escuelas de idiomas, pero también tiene compañeras y compañeros con un saber acumulado muy grande a nivel territorial porque trabajan en los CAIF, en clubes de niños, en centros juveniles, con esa población que hoy está siendo vulnerada o estigmatizada, o que está, muchas veces intencionalmente, por fuera del sistema, excluida del sistema, donde no se siente identificada con las consignas del movimiento sindical. Muchas veces son trabajadores y trabajadoras que pasan hiper mal, que están precarizados, que están en la informalidad, pero que no ven en el movimiento sindical una referencia sino que hay una distancia que es importante que la empecemos a trabajar para elevar los niveles de conciencia de todos los trabajadores”. La interpelación crítica al movimiento sindical implica ”ver cuánto tiempo nosotros estamos destinando a colocar nuestro deseo de emancipación en las redes, que se canaliza en una fantasía, en un Instagram, en un Twitter, y cuánto tiempo nosotros dejamos de ser funcionales a ese sistema que está todo el tiempo canalizando nuestro deseo transformador en un algoritmo y lo hacemos real, lo materializamos”. La frase “que el horror del espectador se transforme en la acción pedagógica del brigadista” aparece como una guía: “todos podemos horrorizarnos, qué horrible esto que le pasa a los niños, pero nunca somos capaces de dar ese paso que convierta en práctica y diga yo soy un sujeto que puedo intervenir en esto, puedo sumar y construir una perspectiva realmente transformadora. Creo que la derecha ha logrado correr el eje y que la izquierda ha perdido perspectiva de poder transformar la realidad, cuestionarla, cuestionar los beneficios de unos pocos. Hoy toleramos cosas que son intolerables: la inseguridad alimentaria, la pobreza infantil. Parece que hay que conformarse, que no hay presupuesto. Está reflejado en el presupuesto nacional. Eso es inadmisible y hay que generar una mirada crítica, transformadora, de base, pero también, en la misma acción, el estar juntos con los vecinos y las vecinas, es algo en lo que tenemos dificultades”.
Explayándose en esas dificultades que se presentan tanto a partir de la recepción de las y los trabajadores sindicalizados como a través del relacionamiento que se da con las personas que asisten a las brigadas, Pablo comenta: “al principio era un desafío porque muchas y muchos decían esto no va a ser posible, que gente destine tiempo sin licencia sindical para asistir es una utopía. Pero como yo soy muy seguidor de las utopías dijimos: hay que hacer el máximo esfuerzo, y arrancó con el galpón de Corrales [Villa Española] y Bella Italia, que había un antecedente de trabajo ahí, y las acciones y la solidez organizativa del propio sindicato ha permitido que la propuesta se expanda, se colectivice, que llegue cada vez a más lugares, que demuestre que llegó para quedarse y eso ha ido alentando a que otras compañeras se sigan sumando”.
El tipo de militancia que se realiza en las brigadas requiere un trabajo constante sobre uno mismo: “lo que hemos trabajado mucho con las compañeras y los compañeros es que no podemos idealizar el trabajo porque sino caemos en errores de posicionamiento. ‘Yo voy, idealizo, y me paro desde un lugar de beneficencia. Yo como tengo tiempo, que puedo tener ciertos niveles de formación, voy a ayudar a iluminar a una persona que, pobre, está tan golpeada’. Esa visión es una visión equivocada y metafísica de la realidad, que te lleva al fracaso. A la mínima primera contradicción que aparece, la persona que fue se va diciendo ‘este sujeto tan hermoso que yo iba a ayudar me habló mal’, deja de ser hermoso, entonces la cosa idealizada cae. Ahí hay un problema de formación del brigadista que no entendió que iba a ir a un espacio donde las contradicciones están más fijadas que en otros sectores de la sociedad, donde quizás hay mayores dificultades con el racismo, con la violencia, con el acceso a determinados derechos y que poner el cuerpo ahí implica también tener la capacidad de vivenciar eso y generar ese motor para poder transformarlo. Con eso tiene que haber una afectación de tu cuerpo, no es gratis ir a un contexto así a intentar impulsar cosas, no es un cumpleaños. Estamos trabajando en generar procesos donde antes el sistema los erradicó, los partió, los sacó. Entonces incidir ahí tiene que ver con estar formados, con entender qué es lo que estamos haciendo. Y después con no generar falsas expectativas sino apostar a la salida colectiva y a la organización como medio para poder reclamar por los legítimos derechos. Nosotros no venimos a dar nada, venimos a construir junto con y esa es la posición. Es decir, ‘venimos a construir junto contigo, yo te puedo aportar esto, soy militante, tengo mis debilidades, mis dificultades, puedo llegar a esto y a esto no puedo llegar’. Hay que ser muy claro porque sino se terminan vendiendo espejitos de colores y la gente ya está cansada de eso. Pero también hay que poder decir ‘a esto lo podemos denunciar’.
A mí me marcó algo que fue clarito, yo trabajo hace quince años en Bella Italia. Ahí encontré mi trincherita, digamos. Amo ese lugar. Una vez fueron unos compañeros de la brigada del Sunca a hacer una casa a través del plan Juntos y yo acompañé esa llegada como técnico. El primer día fue: ‘son unos cra, son re buenos, no sé cuánto, pa pa pa’. A la semana les faltó una herramienta y ya esa familia idealizada eran ‘unos chorros de mierda, malagradecidos, no hay esperanza’. Pero porque ahí hay un problema de lo que yo coloqué, cómo yo proyecté al otro, lo idealicé, con una visión metafísica del otro, en vez de decir ‘vos tenés contradicciones, yo tengo contradicciones’, tenemos que estar dispuestos a atravesarlas, si no andate para tu casa porque ese es el desafío. No podemos querer intervenir una realidad sin aceptar la materialidad de esa realidad. Ese es un desafío que tenemos y del cual tenemos que ser muy conscientes, si no estaremos interviniendo sobre una fantasía. La idea es transformar y para eso tenés que conocer y aceptar las potencialidades y contradicciones que tenés”.
A pesar de todo, el trabajo se expande: “nosotros cada seis meses hacemos una nueva convocatoria y hoy efectivamente tenemos un mayor número de brigadas: en Colinas de Solymar, una en Nuevo París, la del Cerro, otra en Bella Italia, otra en el Galpón de Corrales y otra en Malvín Norte; y cada una tiene su particularidad porque la brigada no va a decir qué es lo que tiene que hacer, sino que dialoga en una praxis de la construcción con el otro y potencia el proyecto del colectivo. En Malvín Norte el trabajo es con niñas y con niños, en Bella Italia es para favorecer las trayectorias educativas adultas que están emprendiendo y necesitan terminar ciclo básico, en el Galpón de Corrales están trabajando sobre la organización colectiva. Es rescatar bien la historia de las propias brigadas que no eran solamente un maestro, sino que atendían la alimentación, la cultura. (...) Por ejemplo, tenemos compañeros que se anotaron como talleristas, uno da talleres de serigrafía, otra de género, otra da talleres de buceo. También son recursos que si el barrio las necesita, esas propuestas van a trabajar. No es que la brigada va a hacer apoyo educativo y se va. Se suma a potenciar un proyecto y trata de adaptarse a las necesidades del colectivo y aportar el saber que cada uno tiene. Capaz que vos sos docente de matemática y podés aportar eso, pero capaz que tenés otro saber o aportás en sostener el espacio. Es animarse a colocar el cuerpo ahí, estar ahí, sostener esos proyectos y a potenciar ese colectivo social”.
Parte de ese trabajo se facilita a través de la formación, en ese sentido Pablo recuerda a “aquel Julio Castro que iba a aquel rinconcito del país, a aquellos pueblos de ratas. Quizás mucha gente que antes vivía en esos lugares más recónditos del interior hoy están en la periferia de Montevideo, es posible que sean descendientes. Y Julio Castro se preguntaba si, cuando había que diseñar las políticas educativas, alguien sabía a qué jugaba el niño rural, si los docentes que construían esas políticas sabían. La pregunta es si nosotros como movimiento sindical sabemos a qué juega un niño en un asentamiento, si conocemos su realidad o si también hemos perdido contacto. ¿Qué nos ha pasado que hay una separación ahí? Este año hicimos dos instancias de formación con todos los brigadistas. Una que fue a nivel de conocer la propia historia desde las experiencias mexicana, española y la propia experiencia uruguaya de las misiones, para conocer nuestros antecedentes históricos. Colocar que no somos fundacionales, no estamos fundando algo, esto ya es parte. Estamos trabajando junto con la coordinación de los 80 años. Y también hicimos un encuentro con otros colectivos de Latinoamérica, para poder conocer un poco también desde la educación popular otras experiencias de Argentina, Brasil, Cuba. La apuesta es a seguirnos formando porque tenemos que seguir avanzando en nuestra propia práctica. La Secretaría de Formación de Sintep ha generado esas instancias, y tenemos que ver cómo mejorar eso”.
En la práctica nunca se realiza un proyecto tal cual se lo imaginó, por eso es importante hacer balances. En el caso de Sintep, “hicimos un balance el año pasado. Sobre eso reformamos nuestra práctica y está en plena construcción. Nosotros queremos levantar una idea que tiene un montón de complejidades y queremos construir qué es ser brigadistas hoy. (...) Estamos muy lejos de tener una práctica acabada, sino que se está haciendo junto con las experiencias que vamos teniendo y nos estamos nutriendo de esas propias prácticas para ir dándole más forma a la propuesta. Mientras que eso siga prendido no hay problema, nos podrá ir mejor o peor, pero seguiremos potenciando con los aprendizajes la forma de construir. El problema se da cuando uno ya es obtuso ante esas cosas. Hay procesos que han tenido más resultado, más llegada, hay otros en los que ha sido más dificultosa. Hay otra que pensamos que se había estancado y de repente se relanzó, porque también son tiempos colectivos”.
A partir de esta idea se plantea el “verdadero desafío”, que es “tener la convicción de sostener esos tiempos”. Esto es importante para pensar un proyecto de militancia en común que no presione con los tiempos inmediatos de la rutina, “porque cuando uno a veces se encuentra con una contradicción, con una dificultad, muchas veces desiste o da un paso al costado, o entiende que esta idea era hermosa pero en realidad es irrealizable, y ahí necesitamos a compañeras y compañeros que tengan la convicción de sostener esos momentos en los que hacés una reunión y son tres, o duran, o se enredó y vos decís no puedo creer. Pero nosotros queremos transformar la realidad en la que vivimos y ya no se puede tomar el cielo por asalto. Ya no hay una revolución sino que la revolución es la práctica cotidiana, el día a día, ir transformando, colocando escalones, siendo coherentes. No es fácil sostener eso porque mucha gente da un paso al costado, mucha gente se desanima, se desalienta, pero creo que ahí está el verdadero espíritu revolucionario de poder sostener y de poder seguir encendiendo esa pasión o esa visión de estar donde tenemos que estar”.
Es destacable que la acción en conjunto de las brigadas sindicales puede aportar a generar la unidad necesaria de la clase trabajadora: “nosotros hemos entendido que la prioridad debe ser la de estar ahí, pero estar juntas y juntos. El movimiento sindical es un sinnúmero de acciones solidarias, pero lo hace de forma aislada. La Untmra hace por un lado, Sintep hace por otro, Fancap hace por otro. El desafío es qué hacemos juntos y juntas. La propuesta es que cuatro brigadas sindicales lleguen a un territorio y lancen una primera etapa de cursos de formación. El Sunca cursos de albañilería, la Untmra cursos de soldadura, AUTE cursos de electricidad y Sintep las brigadas pedagógicas (...).
Luego de esa primera etapa en la que se genera un vínculo con un colectivo social, con un sujeto que tiene un trabajo en el territorio, que conoce a la gente, que demanda un trabajo en conjunto y que tiene una apertura para trabajar, se genera que haya cerca de doscientas personas que están en movimiento, que se están formando porque están participando de los diferentes cursos y estás pudiendo colocar o intercambiar desde el hacer, mejorar la realidad concreta de la gente, pero también empezar a colocar una perspectiva de poder visualizar cosas que son capaces de hacer, que si se organizan las pueden materializar. En Bella Italia tenés el ejemplo más chiquito, que alguien se compró una máquina de soldar. En Malvín un niño que tenía terrible capacidad creativa hoy está yendo a la clase de un docente, que fue por las brigadas. Son esas pequeñas cosas, esos brotes solidarios. Pero también tenés que en Bella Italia, por ejemplo, los vecinos hoy se organizaron y colocaron reclamos de que llegue un Club de Niños al barrio, que llegue un Centro [Público] de Empleo al barrio. Eso fue producto de la organización.
El trayecto continúa con “una segunda etapa en la que se identifican dos o tres viviendas que puedan intervenir todas las brigadas juntas y los vecinos. Después tiene una etapa más avanzada que tiene que ver con la exigencia y la llegada de cursos del Inefop, a través del Ministerio de Trabajo, para ir tendiendo a formalizar o a buscar herramientas colectivas, ya sea a través de una cooperativa social o a través de un curso que genere el acceso al empleo de alguna de las personas. Ese es todo el recorrido que en Bella Italia ya se viene dando, están por arrancar los cursos de Inefop el año que viene. Y ahora en la zona del Cerro, también junto con el APEX y el Centro de Educación Popular se está generando la segunda etapa de las brigadas sindicales en general.
Y está el caso del Cerro, su particularidad es que tiene una historia grandiosa de organización y de colectivo. Entonces, ¿el desafío cuál es? Bueno, generemos un dispositivo que nos junte porque uno de los éxitos del sistema ha sido la hiperfragmentación que tenemos. Cada uno está luchando y ahogándose, no hemos podido juntarnos o identificar un proyecto que unifique sin totalizar. Tenemos los cursos de las brigadas, vamos a un espacio que está integrado por quince colectivos, entonces quizás cada uno de esos quince puede mandar dos personas a las brigadas y ese es un espacio que nos une, nos conecta en un hacer. Entonces capaz que el día de mañana todo eso va a un espacio, después va a otro, y después a otro, pero empezamos a atar y dejamos de tener esas grandes dificultades que tenemos, de que de repente estamos todos cinchando por separado de forma aislada, todo el tiempo pensando en el sectarismo, ¿vos de qué palo sos? ¿Y vos de qué otro? No, yo con vos no. Yo con vos sí.
Nosotros tenemos una perspectiva que nos impone a nosotros como trabajadores decir a ver, ¿qué pasa que estamos tan alejados de la realidad que vive nuestra gente, a veces, y que cada vez somos menos clase trabajadora y más clase media?. Y vos decís pero ¿qué es la clase media?. Y cada vez tenemos más miedo de que nos saquen algo que no tenemos, entonces terminamos defendiendo intereses que no son los nuestros y por eso nos queda tan lejos la realidad que vive nuestra propia población. Nos falta la capacidad de entender que es posible transformar y organizarnos para que el Uruguay no sea tan desigual. Ahí tenemos datos que son que el 1% más rico del país concentra la misma riqueza que la mitad más pobre del país y esto nos tiene que doler en la piel. Esos niveles de desigualdad que tenemos hoy en el país tienen que poder ser visualizados y esta es una de las formas que hemos encontrado para, con coherencia, impugnar esa realidad social, desenmascararla, hacerla visible e intentar transformarla”.
A partir de la coordinación conjunta se genera un nuevo colectivo social que se apoya en un trabajo que antecede a las brigadas: “hacemos una convocatoria a militantes y si tenemos la seguridad de que hay un número de militantes comprometidas y comprometidos que pueden llegar a sostener el trabajo conjunto se habilita el espacio. Las demandas del territorio son siempre de un colectivo social y nosotros cuando hacemos la convocatoria abierta colocamos los diferentes puntos donde la gente se puede empezar a sumar. Hay gente que tiene la posibilidad o el interés de sumarse a tal colectivo o a tal zona, pero hay gente que tiene una cosa más puntual. ‘Yo tengo un taller de serigrafía, no tengo una zona de interés pero puedo dar tres talleres a demanda, puedo ir circulando’. Pero ¿por qué un colectivo social? Porque nosotros entendemos que ese es uno de los desafíos que tenemos como movimiento sindical, de no ir a refundar algo sino que ir a ser respetuosos con lo que ya hay en el territorio. Ir con el saber que tienen esos colectivos, del vínculo que tienen con la propia gente, con la gente que asiste a ese espacio. Entonces ser muy respetuosos en no llegar siempre a refundar cosas, lleguemos a rodear, a respaldar, a fortalecer lo que hiciste justamente para empezar a construir ese tejido social que nos permita generar mayores niveles de incidencia o de organización”.
La Udelar es uno de tantos actores que se están involucrando: “ es un actor que entendemos que también debe ser protagonista en los barrios. Ahí se está trabajando en la posibilidad de generar convenios para que pueda estar rodeando, siendo parte a través de Extensión y de Investigación, que haya estudiantes que estén presentes, que haya un consultorio jurídico de la Udelar, que haya posibilidades de acceso a programas educativos para las personas que están asistiendo. La aspiración es a generar centros de referencia con un trabajo social muy fuerte que tengan determinados servicios, como por ejemplo el ERT que es la representación de los trabajadores del BPS, que va a contribuir con espacios de asesoramiento en seguridad social, para que el barrio pueda acceder a esa información, la secretaría de discapacidad del PIT-CNT con asesoramiento sobre discapacidad. Hemos venido trabajando mucho y se han dado importantes avances”.
Como en las misiones del pasado, la denuncia de la ausencia del estado forma parte del trabajo: “sistematizar el trabajo con las brigadas y poder a través de Extensión universitaria mediatizar esa información sistematizada, con cierta densidad que permita no caer en una experiencia concreta de alguien, sino luego de este trabajo identificamos en esta zona que pasa esto, esto y esto. Eso hay que poder reclamarlo para que el Estado se haga presente donde hoy no está. El trabajo del colectivo es fundamental, la idea es potenciarlo, pero hay aspectos que tienen que ver con la ausencia del estado (...)
Hay que construir una democracia realmente participativa. Nosotros hoy tenemos la construcción de ese relato de país, como decía [Yamandú] Orsi la llanura, la mirada al mar, donde los grandes consensos nacionales se acuerdan con… Yo no sé en qué país vive. Porque de verdad está bueno poder decir ‘¿dónde están los grandes consensos nacionales para las políticas de salud mental? Si nosotros trabajamos con adolescentes y con niños que no tienen acceso a la salud mental’. Las trabajadoras de Sintep no tienen acceso a la salud mental. Hicimos un estudio ahora porque estamos peleando por un fondo de salud mental y casi un 50% de las compañeras y los compañeros entienden que necesitan ir a consulta pero no pueden por el costo o por el tiempo de demora. Imagínate la población con la que trabajamos. Entonces decir que el Uruguay es un balcón, una meseta al mar que accede a los grandes consensos es dibujar una realidad que implica sostener determinados intereses y relegar otros. Nosotros lo que queremos con las brigadas es decir que estos intereses tienen que dejar de ser un sujeto individual y pasar a ser un sujeto colectivo para tener la fuerza de exigir que esos derechos sean cumplidos y que estos privilegios que hoy tienen la fuerza de sostenerse caigan. Nosotros entendemos que de forma individual eso no va a pasar, va pasar con la creación de un sujeto colectivo. Ese es el desafío a largo plazo. La mirada de fondo que empuja a todas estas acciones”.
Ante la consulta de cuáles son las necesidades que tienen las personas que asisten a las brigadas, se afirma que “muchas veces hay una gran inhibición producto de la realidad que cualquiera de nosotros tendríamos si lo viviéramos. Todo el tiempo en un contexto de violencia, de falta de oportunidades, de precariedad en la vivienda, en ese marco muchas veces el deseo se obtura. Yo soy psicólogo de formación; entrás en una inhibición que sentís que no te podés mover, sentís que no podés soñar, que no hay una perspectiva hacia delante. Ahora, el hecho de generar una organización, empezar a hacer cosas, va colocando a la gente en otro lugar. Aquella vecina que no sabía leer hoy empieza a tomar contacto con la lectura, se animó a hacer un poema, se animó a hacer el curso de cocina, se siente parte de un colectivo, y eso va colocando otra mirada de su propia realidad. Lo que visualizamos de la práctica por ahora es que hay muchas veces que la política pública se enuncia como universal pero no lo es. No llega a toda la gente cómo debería llegar. ¿Cómo puede pasar que un estudiante no se haya podido inscribir por tal cosa? Ahí hemos identificado que hay un montón de vecinas y vecinos, de gurises y gurisas que tienen gran distancia con algunas políticas públicas. Porque no las conocen, porque no conocen los procedimientos, porque esa política no fue trabajada para la comunidad, entonces no es una demanda de la comunidad sino que cayó una maestra a hacer apoyo educativo pero no va nadie. Entonces decís ‘¿cómo puede ser que en el medio de Casavalle haya una maestra en un local y no vaya gente a estudiar?’. Bueno, pero ¿quién rodeó a esa política pública? ¿Quién trabajó la necesidad y el por qué de estar ahí? Nosotros entendemos que a lo que más pueden aportar las brigadas es a exigirle al estado que esté donde tenga que estar, a exigirle al estado poder relanzar un deseo en aquellas personas que se han colocado en pausa en esto de no puedo. A los adultos nos pasa un montón.
Lo primero que tenés que trabajar con un adulto es que te dice ‘yo no sé, yo no sé nada’. Se instaló ese opresor introyectado. Ese ‘vos no podés, vos no servís para nada, vos sos un vago, vos pedís la tarjeta del Mides’ y todo eso fue erosionando hasta que en un momento la persona dice ‘yo soy esto’. Lo primero que nosotros tenemos que poder trabajar es relanzar ese deseo para que esa persona logre sentirse parte de un sujeto colectivo. Si uno logra tener ese avance sin duda que esa persona no solo va a aportar al proyecto colectivo sino que también va a poder colocarse objetivos a largo plazo. Eso es, nada más y nada menos, vencer eso que decía Paulo Freire, la introyección del opresor. Las personas muchas veces han sido sistemáticamente golpeadas por este sistema y muchas veces creen que no pueden, y las brigadas vienen a decirles ‘hay cosas que se pueden, acá tenés esta opción, acá tenés esta otra, y acá estamos nosotros para tratar de acompañar ese proceso’. Eso es lo que nosotros tenemos para aportar. Después cosas más concretas. Acompañar a que se termine el ciclo básico, el apoyo concreto a una materia, orientarlo al escuchar.
A veces la masividad no escucha, no puede escuchar. Entonces capaz que hay un joven que se anotó ocho veces en un liceo y repitió, capaz que contigo era la UTU, capaz que contigo era otro espacio. O contigo era un proceso que tenía que ser más singular y que la masividad no podía contener. Pero yo creo que principalmente las brigadas vienen a eso, a darse de lleno con el opresor introyectado, a decir: ‘dale, vamos a empezar a hacer y yo estoy acá para juntos enfrentarnos a eso que te limitó, vamos juntos a darnos contra eso que antes lo tenías metido dentro tuyo, y no solo vos sino que la segregación en la que vivimos muchas veces coloca que también el entorno sea perjudicial, que muchas veces vos querés salir pero tenés todo un entorno que también te dificulta esa posibilidad’. Generar un entorno que sí cree, que sí es coherente, que sí participa, también genera otra dinámica de cómo se relaciona el sujeto con otros. Ahí creo que las brigadas tienen mucho para aportar”.
Con la mediación del mundo
Lo que las personas tenemos en común se origina en la realidad que habitamos, o lo que es lo mismo: la realidad es lo que las personas tenemos en común. En un mundo capitalista, aquellas personas que para vivir tienen que trabajar, sea que con ello obtengan una vida digna o no, son explotadas por los dueños de los medios de producción, que para vivir se favorecen del fruto del trabajo ajeno. Educarse en este marco histórico nos implica de una forma particular; no es lo mismo aprender a escribir a secas, que generar el medio en el cual se producen sujetos de liberación que escriben a pesar de las más diversas opresiones del sistema. De eso se trata la educación popular, y la iniciativa de Sintep tiene un horizonte claro en ese sentido.
La primera edición de Pedagogía del oprimido se publicó por primera vez en español en 1970 y comenzó a difundirse a pesar de los escenarios de represión en América Latina, convirtiendo a Paulo Freire en una referencia indiscutida para pensar la pedagogía latinoamericana, y que a modo de ensayo buscó desentramar las implicancias de educar en una realidad marcada por la contradicción opresores/oprimidos, con el fin explícito de superarla, confiando en la cualidad humana de incompletitud: somos seres inconclusos, conscientes y buscadores. Eso también forma parte de la realidad.
“Los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo”2, por eso es tan importante que quienes estamos dándole vueltas al cambio radical de la vida de la clase trabajadora tengamos presente este tipo de proyectos. Como vimos, el pensamiento de Freire, al igual que el de Julio Castro, continúan siendo una referencia para propuestas pedagógicas alternativas, al menos para las autogestivas. Es importante que podamos reconocer esto como parte del estado actual de la educación uruguaya, que formalmente se ha esforzado en transformarse y financiarse para la implementación de un modelo acorde con el desarrollo de personas adaptadas a un mundo que es humanamente inadmisible, ante las que se presenta una forma superficial de explicar la realidad: una sonrisa Colgate en la publicidad de iniciativas vacías, como los talleres de emprendedurismo y de gestión de las emociones.
A un adolescente de cualquier rincón del país puede serle útil conocer cómo podría ser dueño de un negocio, eso fomenta al menos una de sus potencialidades de crecimiento e incluso le puede generar entusiasmo, pero no le explica por qué está tan preocupado por enriquecerse ni por qué ese mismo deseo le causa tanto sufrimiento a las personas a su alrededor. Tampoco le explica que naturalizar la explotación entre sujetos, siendo la autoexplotación una de sus manifestaciones, es el resultado esperado por personas a las que él y su familia le importan muy poco. Dedicarse a educar no solo implica favorecer que las y los educandos crezcan o se entusiasmen, sino que lo hagan en un sentido que los libere de la explotación, pues solo de esa forma la educación es sinónimo de dignidad.
Preocuparse por cómo conocemos la realidad es cuidar lo único que tenemos en común para dialogar, elemento esencial de la educación como práctica de libertad.3 En la formación docente están muy presentes las discusiones sobre lo que se espera de un buen educador, en clases de Pedagogía y Didáctica se mueven las más fogosas pasiones por cambiar el mundo enseñando. Lo que aparece menos de lo deseable es la discusión en torno a qué pasa cuando el marco institucional de la educación formal funciona como una traba a las propuestas realmente transformadoras, no sólo por los contenidos que están en boga sino por aquello que aparenta “simplemente ser así”, incambiable, como la cantidad de alumnas y alumnos que recibimos en las aulas, por lo general sobrepobladas, o la cantidad de horas de clase, por lo general pocas y mal pagas, desproporcionadas en relación al trabajo administrativo y de proyección. Estos factores, que no son precisamente actuales, que persisten con el paso de los diferentes gobiernos de la educación, nos pueden llegar a hacer creer que es la única forma posible de educarnos. Las brigadas pedagógicas de Sintep relanzan una acción histórica que se da de lleno contra esta desesperanza.
- Castro, J. (1945). La misión pedagógica a Caraguatá. Marcha. 13 de julio de 1945. En https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/52226. ↩︎
- Freire, P. (2005). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI. p. 75. ↩︎
- Ídem, p. 103. ↩︎
