En los primeros años del nuevo milenio, apareció un optimismo en Latinoamérica. Muchas personas ponían sus expectativas en los gobiernos progresistas. La historia se había terminado en los 90 y sin embargo, la izquierda y el progresismo creían que en el patio trasero yanqui aún se podía jugar. Por fin, se podía jugar en el patio.
Esos tonos rosas primaverales se iban confirmando y el No al ALCA fue una de las expresiones centrales que marcaba un nuevo rumbo para los países de las orillas de América.
Sin embargo, más allá de algunas declaraciones mínimas, los 20 años de la IV Cumbre de las Américas y la primera Cumbre de los Pueblos, pasaron desapercibidos en Uruguay. Es como si el No al ALCA fuera un momento incómodo, que de hecho lo es para algunos, pero pareciera serlo también para quienes podrían reivindicarlo.
La ruta a Mar del Plata
Los años ochenta y noventa en América Latina fueron marcados por los procesos de redemocratización y la afirmación neoliberal. Esto llevó a transformaciones en la región pautados por el Consenso de Washington, la desestatización, la desregulación del mercado de trabajo y la primarización de las economías. Estrategia de Estados Unidos para que los países del Tercer Mundo se sumaran al carrito de la globalización, quedando muchos de los países latinoamericanos acuciados por las deudas. Esta situación incidió en el proceso de fragmentación y debilitamiento de la clase trabajadora latinoamericana.
La contracara de esto fue la emergencia de luchas por la recuperación democrática, movimientos de resistencia antiglobalización como respuesta a la globalización neoliberal, autonomistas, indigenistas, luchas medioambientales y resistencias en contra del descuartizamiento del Estado, donde muchas veces el movimiento sindical y estudiantil conformaron alianzas. Muestra temprana de ello fue el triunfo de la revolución nicaragüense y sus perspectivas pluralistas democráticas, el zapatismo en México, la lucha de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, por poner algunos de esos casos.
La cuestión es que los movimientos sociales latinoamericanos fueron construyendo articulaciones que les permitieron disputar la agenda en el momento de auge neoliberal. Uno de esos hitos clave fue el Foro Social Mundial desarrollado en Porto Alegre (Brasil) en el 2001. Allí se juntaron todo tipo de organizaciones a nivel mundial para discutir las alternativas al neoliberalismo, bajo la consigna de que “otro mundo es posible”.
Dentro de esas articulaciones se encontró la disputa a la apuesta de libre comercio estadounidense hacia Nuestra América en los años 90, conocida como ALCA. Tímidamente varios conjuntos de organizaciones sindicales y sociales se fueron encontrando para abordar el tema, como la conferencia paralela a la segunda cumbre (1996), la primera Cumbre de los Pueblos (1998) o el primer Encuentro Hemisférico contra el ALCA (2001).
No menos importante para tender este camino fue la crisis, que impactó a varios países latinoamericanos, principalmente en la Argentina del 2001, donde las legitimidades de los viejos partidos en el poder se vieron cuestionadas, los movimientos sociales salieron fortalecidos de esta resistencia y algunos sectores de las burguesías nacionales acompañaron el consenso en formación de los nuevos gobiernos progresistas.
Discursos y decisiones como condensación: “Alca, al carajo”
Del 4 al 5 de noviembre de 2005 se juntaron en Mar del Plata todos los países de las Américas, con excepción de Cuba, para celebrar una nueva cumbre, teniendo el gobierno estadounidense la firme convicción de que se aprobaría el Área de Libre Comercio de las Américas, que se había planteado ya desde los primeros encuentros en los años 90, durante la gran década neoliberal.
Este acuerdo no era nada menor para el gobierno estadounidense de Bush hijo. Como su mismo discurso en la Cumbre lo señala, aquel momento tenía que ver con la necesidad del imperio estadounidense de armarse contra China e India. Pensemos lo que significó China para América Latina en los años posteriores a nivel económico.
Sin embargo, en Nuestra América aún quedaban estertores de antiimperialismo que los nuevos gobiernos que fueron asumiendo —Venezuela (1999), Argentina (2003), Brasil (2003) y Uruguay (2005)— se propusieron disputar el sentido de un tratado que sólo permitiría la apertura de un mercado para las empresas estadounidenses y un proceso de afectación a las economías del sur.
No menor es señalar que países importantes de América como Canadá, México y Chile estaban a favor de firmar ese acuerdo, siendo el presidente mexicano Vicente Fox uno de los voceros de la propuesta. Aún así, Brasil y Argentina tenían un acuerdo sobre cómo proceder, al que Uruguay y Paraguay se sumaron y el gobierno venezolano se mantuvo firme junto a sus pares para resistir.
Al escuchar la dinámica de discusión resulta interesante la mezcla de ese antiimperialismo de los 60 y el nuevo momento histórico. El presidente Hugo Chávez utiliza la figura de John F. Kennedy para plantear una contra propuesta. Al mismo tiempo señala aspectos de la vieja Alianza para el Progreso y recuerda al “Che” Guevara. Y para completar el cuadro, en medio de su alocución, Chávez le pide a Enrique Iglesias (presidente del BID hasta setiembre de ese año) datos y asistencia, marcando su disposición a colaborar con los organismos internacionales para una salida americana justa.
De todos modos, más allá de los entendimientos buscados, se muestra una diferencia latente en la deglaciación final que lleva a Kirchner a plantear que por una simple mayoría no se podía estar “patoteando” a países que representaban el 75% de la economía de la región. Finalmente primó la inclusión de las dos posturas en la declaración final y no solamente la pro yankee que avanzaba en el acuerdo. Se había caído el ALCA y años de lucha tenían que ver con esa decisión.
Fuera del recinto se reunía la Cumbre de los Pueblos donde cientos de organizaciones y miles de personas realizaron un encuentro paralelo y se manifestaron en contra del imperialismo y el ALCA. Allí estaba Maradona, el futuro presidente de Bolivia, Evo Morales, Hebe de Bonafini, Adolfo Pérez Esquivel, centrales sindicales, movimientos indígenas, organizaciones de Derechos Humanos, grupos cristianos.
Movilizaciones, música, banderitas de todos los países del continente, la cara del “Che” Guevara, bombos y cánticos vistieron la ciudad y el estadio de Mar del Plata en medio del frío y la lluvia. Allí plantearon, como se había hecho en las calles y encuentros de América Latina en los años anteriores, la agenda que se estaba concretando en la propia cara de George Bush.
Uruguay 2025
Llegados al Uruguay del 2025 y a 20 años de una experiencia trascendental para la organizaciones sociales latinoamericanas y las izquierdas políticas, vemos que el acontecimiento pasó prácticamente desapercibido. En parte, eso puede significar que las organizaciones no lo han tomado como algo importante en su memoria. Pareciera que luego de la redemocratización no hubo grandes momentos que hayan significado para estos sectores un antes y un después lo suficientemente relevante para ser reivindicados. Tomar lo que ocurrió en Mar del Plata en el 2005 implica no solo mirarlo en el contexto de lo que fueron los gobiernos progresistas con sus claudicaciones posteriores. La izquierda ha conmemorado toda su vida breves victorias seguidas de grandes derrotas, ya que allí hay nuevas experiencias y nacen esperanzas. Es allí donde se toma el impulso para poder construir un orden nuevo.
Es por esto que hay que hacer una revalorización de hechos, experiencias y procesos del ciclo progresista que no sea solo una cuestión de “logros” o “claudicaciones”. Y es particularmente en quienes piensan dentro del escenario de las claudicaciones donde esto resulta más necesario. Porque lo que pasó en el marco de gobiernos progresistas no puede ser sólo patrimonio del centrismo. Porque allí no solo estuvieron ellos y porque muchas cosas que pasaron las empujó la clase trabajadora organizada, los movimientos sociales y la izquierda.
Para ello es necesario reescribir ese ciclo en donde los gobiernos fueron una parte, pero que no explican el conjunto. Una historia del ciclo progresista requiere un esfuerzo por leerlo en su complejidad, con sus luces y sus sombras, con procesos de burocratización de los movimientos y también con las experiencias que posibilitaron conquistas. Es desde esta historización que podremos pensar aquello que construiremos los pueblos después del progresismo, en la tozudez por la liberación.