Teoría de la organización (1): Un repaso histórico por el problema de la organización

La política de izquierda ha perdido la mayoría de las certezas que la sustentaban. Esta afirmación abarca el plano programático, estratégico, y el que quiero enfocar en este artículo, el organizativo.

La organización ha sido históricamente uno de los principales problemas políticos de la teoría revolucionaria. La forma en que los revolucionarios debían organizarse para poder hacer reales la revoluciones que se proponían, no sólo fue objeto de interminables debates, sino también parte de los resultados finales de los procesos revolucionarios, las victorias y las derrotas.

Hoy en día se hace más necesario que nunca entonces revisar esta discusión, a la luz de las derrotas sufridas por la izquierda y la clase trabajadora, los cambios en el capital y entre los trabajadores, los cambios tecnológicos y culturales, y las experiencias recientes, intentando encarar este problema de forma creativa. 

Este artículo estará dividido en dos partes. En esta primera entrega haremos un repaso histórico por distintas experiencias organizativas de la izquierda contemporánea, tratando de delimitar algunos de los problemas que lograron poner sobre la mesa y cómo los trabajaron. En un próximo número partiremos de este repaso para reflexionar sobre los problemas organizativos del presente.

Historia de los modelos organizativos

Toda revolución implica necesariamente una forma de organización, dado que toda revolución es una forma de acción social. No hay ningún elemento de lo social que no esté organizado, que no ocupe un determinado lugar en relación a otro. Más complejo es el debate de si la forma en que se está organizado suma o resta potencia a la acción.

Cuando los esclavos de distintas civilizaciones dejaron de obedecer a sus amos y estuvieron dispuestos a terminar con su poder, tuvieron que responder al problema de la organización. Sus vidas como esclavos reproducían su condición, por lo cual tuvieron que hacer algo distinto de su vida: unirse a un ejército insurrecto de esclavos, a pequeñas guerrillas, etc. Cuando los campesinos europeos se levantaron en masa contra el orden feudal intervinieron sobre sus propias formas de organización y las de sus aliados para aumentar su potencia. Distintos elementos de la Ilustración pueden ser interpretados como la indagación teórica de la burguesía sobre cuál era la mejor forma de organizarse para ser la nueva clase dominante: ¿un parlamento? ¿una guardia nacional? Lo resolvieron y cambiaron el mundo.

Sin embargo la masificación de este debate, su nomenclatura y sus mayores avances comienzan en nuestra época, la de la lucha entre la clase obrera y los capitalistas.

Marx y Engels y la organización

Desde el inicio del socialismo moderno esta cuestión fue importante. Los falansterios de Fourier, las cooperativas de Owen o los distintos organismos proudhonianos fueron ejemplos de debate organizativo, incluso cuando este fuese auxiliar.

El punto a partir del cual me interesa afinar mi enfoque sin embargo, es el de la entrada del marxismo en este debate. El marxismo, con su pretensión científica, ha buscado echar luz sobre esta cuestión, como en la programática, metodológica y otras. Elijo este enfoque porque creo que las posturas marxistas han sido un antes y un después a nivel mundial en este campo de debate. Lo cual puede verse en que muchos aportes que trabajaremos en este texto son críticas a las teorías marxistas de la organización, y de cierta forma siguen debatiendo en sus términos.

En los primeros pasos militantes dados por Marx y Engels hay una apuesta organizativa, la creación de un “Centro de Correspondencia”, que buscaba poner en contacto a distintas tendencias socialistas de la época. Aquí ya aparece presente uno de los problemas organizativos que estará presente en este texto; la unidad de lo diverso y de lo contrario, de expresiones políticas que no son del todo coincidentes. 

Cuando ambos dan su primer gran paso teórico, el Manifiesto Comunista, el problema de la organización vuelve a marcar presencia. Es, en primer lugar, un texto que busca servir de programa a una organización política, la Liga de los Comunistas. En esta obra ya aparece una cuestión central, la cuestión del partido. Luego de 100 años de teoría y práctica al respecto, conviene que nos reencontremos con las raíces de este problema. 

En el Manifiesto se hace referencia a la cuestión del partido de tres formas distintas. 

1-“Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros. Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante.” 

2-“Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de las clases y en la acción de los elementos disolventes que germinan en el seno de la propia sociedad gobernante. Pero no aciertan todavía a ver en el proletariado una acción histórica independiente, un movimiento político propio y peculiar.”

3-“Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.

Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.

Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.

El objetivo inmediato de los comunistas es idéntico al que persiguen los demás partidos proletarios en general: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletariado a la conquista del Poder.” 

“Partido” puede responder a la organización de la clase en Partido —es decir, la unificación política de la clase obrera—, a un partido, o a los partidos obreros. Esta diversidad muestra que, para este Marx, el concepto de “construir el partido”, “organizar a la clase en partido”, “organizarse”, no es una fórmula que defina un modelo organizativo único. Desde este punto de vista, un partido obrero es una organización de lucha política de la clase obrera. En tanto todo partido obrero busca formar la conciencia, todo partido obrero busca la unidad política de la clase obrera, por lo tanto, todo partido busca construir el Partido. La Liga de los Comunistas es también un partido. Esto nos da argumentos para no asistir como marxistas al debate de la organización y del partido con fórmulas preconcebidas. 

Por otro lado, el estatuto de la Liga de los Comunistas sí habla de un modelo organizativo más concreto, con Comité Central, Círculos y Comunas. Este modelo sin embargo respondía también a las condiciones de clandestinidad en que funcionaba la Liga. Pese a esto, era un modelo donde los cargos se elegían únicamente por un año y todos ellos eran revocables por sus electores. 

Otro ejemplo de la idea de la organización de la clase como partido aparece en el Manifiesto del Comité Central de la Liga, no solo reafirmando la idea de la clase actuando políticamente siendo llamada “partido de la clase obrera”, sino planteando un modelo organizativo. “En vez de permitir que formen el coro de la burguesía democrática, los trabajadores, y particularmente la Liga, deben tratar de establecer junto a la democracia oficial una independiente, legal y secreta organización del partido de la clase obrera, y hacer de cada Comunidad el centro y el núcleo de Sociedades de la clase obrera en las que la actitud y el interés del proletariado deberán ser discutidos independientemente de las influencias burguesas.” Es decir, la clase actuando unificada en tanto partido es un cuerpo que desarrolla sus propias organizaciones de masas, en este caso las sociedades, o los clubes de los que habla más adelante. Aquí aparece además un concepto importante que es el de la independencia de clase. La actuación de la clase como partido es garantía para que la clase obrera no sea furgón de cola de los proyectos de otras clases.

Otro aspecto interesante es que Marx y Engels usan el trabajo político-intelectual y la fundación de periódicos como una herramienta militante personal para sobrellevar los reflujos y el estancamiento en las rencillas de sectas (modelo organizativo que ambos quieren superar luego de su experiencia en la Liga), algo importante de cara a algunas tareas actuales. 

Sin embargo la mayor obra organizativa protagonizada por Marx y Engels fue sin lugar a dudas la Primera Internacional. Theotônio Dos Santos y Vânia Bambirra explican el contexto del surgimiento de esta organización en la trayectoria de los padres del marxismo:

“Marx, un poco reticente al comienzo, después de algunas reuniones llegó a la conclusión de que realmente se habían echado las bases para una reorganización seria del movimiento obrero europeo. Por eso se concentró en esa actividad, en detrimento de su trabajo periodístico —con el cual sustentaba a su familia— y de su actividad intelectual —que si bien no fue abandonada, sí disminuyó considerablemente—, lo que le impidió acabar El Capital. El documento que Marx redacta como manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores es eminentemente táctico. Su preocupación básica en ese momento es establecer algunos principios fundamentales que pudieran unir a la clase obrera, entonces dividida por posiciones políticas y económicas distintas y aun opuestas. Algunos grupos se definían contra la lucha económica reivindicativa, como los proudhonianos; otros se dedicaban fundamentalmente a ella, como los continuadores del movimiento cartista inglés. Había, en fin, una gran dispersión, por falta de una base común para el movimiento obrero. La preocupación de Marx en este documento, el cual se convertirá en un clásico de la estrategia y táctica del movimiento socialista, es —reiteramos— la de encontrar elementos para unir estas fuerzas, haciendo a un lado todo lo que pudiera significar un factor de desunión de la clase en tanto tal. ¿Cuáles son sus inquietudes básicas? En primer lugar, conseguir una condena clara del capitalismo como sistema, cosa que no era evidente para el conjunto del movimiento obrero en ese periodo. En segundo lugar, lograr que la clase comprendiera la necesidad de la actuación política, cosa que tampoco estaba clara, insistiendo fundamentalmente en la necesidad de un partido de la clase obrera.” 

Es interesante ver cómo al momento de volver a la militancia Marx elige no volver a crear una secta de fronteras nacionales, sino que va directamente a una Internacional. Esta forma tal vez sea la que más se acerque a la idea de Partido como organización de la clase, por apostar a representar a los obreros de todo el mundo organizados en tanto partido independiente: una apuesta universalista. 

Es importante también otro aspecto: el realismo de Marx, que lo hacía consciente de que la organización del movimiento obrero no podía ser una innovación total con elementos salidos de la nada, sino que tendría que partir del movimiento ya existente con sus contradicciones. Así vemos a un Marx que define su programa, su estrategia y su organización estudiando las condiciones concretas de la lucha política de su época, adaptando sus posiciones para lograr los mayores grados de consenso posibles que garanticen la mayor potencia de acción. Esto lo llevó a aliarse fundamentalmente con los cartistas ingleses, con quienes tenía sus diferencias, para que sus posiciones tengan más peso frente a aquellos con quienes mayores diferencias tenía: bakuninistas y proudhonianos. 

Si una organización podía acercarse a la autoproclamación de ser el Partido de la clase obrera en aquella época, era la Primera Internacional. Sin embargo, una vez existe una organización de este tipo, hace falta un tipo de sabiduría política especial para mantenerla, aspecto sobre el que reflexionaremos más adelante. Un Partido de estas características está alejado de ser una máquina centralista perfecta, pese a que justamente busque el centralismo como herramienta para ordenarse. Su estabilidad, unidad y capacidad de acción descansa en que sus integrantes, en los distintos niveles, sean capaces de mantener el equilibrio entre tendencias políticas distintas, métodos de acción distintos, estadios de la lucha, etc. Esta capacidad se relaciona con lo que algunos autores del debate organizativo contemporáneo, como Rodrigo Nunes o Graham Jones llaman “ecología organizativa”. Tener conciencia de que se integra un ecosistema organizativo, las decisiones propias repercuten en otros, y la suma de todas puede sumarle o restarle potencia al conjunto.

Fue precisamente un déficit en este sentido lo que propició la ruptura entre marxistas y bakuninistas, con los primeros expulsando a los segundos. Sin detenerme en este punto sobre el que ya se utilizó mucha tinta, cabe destacar que este fue uno de los principales motivos de la disolución de la AIT. Tal vez el centralismo no justificaba romper la unidad de una organización tan importante, y tal vez la voluntad de autonomía de la Alianza de la Democracia Socialista de Bakunin tampoco. Hoy tenemos la experiencia para aprender de ellos.

Socialdemocracia, consejismo, leninismo

La Segunda Internacional logró construirse en torno a tendencias menos antagónicas entre ellas y, bajo el modelo de partidos socialdemócratas unificados internacionalmente, logró impulsar un nuevo modelo organizativo. Si bien no representaba a todas las tendencias del movimiento obrero, buscó acercarse a la idea de Partido, impulsando la perspectiva de partidos de masas, que no fueran únicamente una organización de militantes, sino que contuvieran en sí mismo amplias funciones propias de un movimiento político y social de la clase. 

Así, los partidos de la Segunda Internacional involucraban a millones de obreros en escuelas, centros culturales, bibliotecas, sociedades, centros deportivos, clubes, cooperativas y sindicatos. La perspectiva que Marx le dió a la Primera Internacional, de preparar a la clase obrera para el poder, en lugar de iniciar una insurrección inmediatamente, tomó así proporciones masivas, llegando a decenas de nuevos países en otros continentes, siendo el epicentro de un vigoroso reformismo parlamentario producto de la capacidad política lograda, que legitimaba la organización proletaria mostrando que además de ser un sostén social, el Partido protegía el avance en condiciones de vida para los trabajadores, y se presumía que esto los preparaba gradualmente para el poder. Este modelo nos recuerda la importancia de que la organización que aspire a la organización de la clase en Partido procure cubrir funciones sociales que constituyan la propia vida social de los trabajadores por fuera de la que les ofrece la sociedad civil burguesa.

Su carácter masivo puede demostrar la justeza de sus métodos, sin embargo algunas alternativas de la época evidencian algunos de los problemas que tuvo este método: descuido de la organización orientada al enfrentamiento con el Estado (huelga de masas, acción directa, etc), desembocadura final de todos los esfuerzos en la lucha parlamentaria, etc. Ante estos problemas surgen dos alternativas dentro del socialismo en el período 1890-1914; el modelo organizativo ruso enfocado en el “Qué hacer” de Lenin, y el consejismo de referenciado en figuras como Anton Pannekoek y Hermann Gorter, con fuerte protagonismo en Holanda. 

El planteo de Lenin no responde a un preconcepto sobre cuál era la mejor forma de organización. Lenin era un militante de la socialdemocracia, como tal formaba parte de la Segunda Internacional y era consciente de lo que esta había logrado a nivel organizativo, reivindicando estos logros. Su propuesta nace de evaluar las condiciones concretas de la rusia zarista, la militancia en la clandestinidad —que exigía una dedicación que solo podrían llevar adelante militantes profesionales rentados, sobre todo en los cargos directivos—, y el enfoque de formar cuadros capaces de llevar la línea del partido sistemáticamente a los lugares de trabajo. 

Por su parte, el consejismo criticaba ambas formas de organización. Por un lado, denunciaba que la profesionalización de los militantes tendía a crear una burocracia que tarde o temprano actuaría por intereses distintos a los de los trabajadores; por el otro,  que el enfoque parlamentarista de la socialdemocracia solo prepara a los trabajadores para reforzar la democracia burguesa. Proponían una unión de trabajadores basadas en organismos de poder de empresa, de rama, y finalmente una unión general de todos estos. El tipo de organización que se dieran los trabajadores en el presente tenía que ser la misma que les posibilitará tomar el poder y organizar la nueva sociedad, no una fase preparativa sin un fin claro y que más adelante deba cambiarse por orden de sus dirigentes. Esta rama llegó a organizar a cientos de miles de trabajadores europeos, pero no logró ser una alternativa a los millones organizados en la socialdemocracia.

Luego de la crisis de la Segunda Internacional por el apoyo a las potencias beligerantes en la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa llevó al ala bolchevique de la socialdemocracia rusa a convertirse en una organización con fuerte incidencia en el proletariado ruso y sus soviets. La cooperación inicial con sectores como los socialrrevolucionarios de izquierda culminó en la construcción del primer Estado obrero y campesino de la historia. Esta primera revolución triunfante dio un nuevo impulso organizativo, que se condensó en la voluntad de los bolcheviques y quienes simpatizaban con su proceso de crear una nueva internacional. Las posturas vertidas en sus primeros cuatro congresos supusieron cristalizar la experiencia bolchevique en un nuevo modelo organizativo, que se plasma en las 21 condiciones para integrar la Tercera Internacional.

Organizarse para la revolución

Las 21 condiciones serán el momento clave de expansión por el mundo del centralismo democrático leninista. Será también un momento de delimitación y conflicto con otras corrientes. La Tercera Internacional no aspiraba a preparar una revolución futura como la segunda, nace de una revolución triunfante que busca convertirse en una revolución mundial, conectando con los procesos revolucionarios de otros países, que no deberían tardar en desarrollarse por la crisis mundial generada por la primera guerra. La nueva internacional tenía que prepararse para la toma del poder a nivel internacional, para liquidar lo más rápido posible a los principales estados capitalistas, no dejando pasar la ola revolucionaria y el retroceso del poder de la burguesía. Lenin y el resto de impulsores de las condiciones pensaban que si querían realizar esta tarea, la Internacional debía ser un ejército mundial bien disciplinado y dispuesto a actuar en ese momento.  

Si el resto del movimiento obrero mundial hubiese estado pronto para responder al llamado en ese momento, tal vez la historia hubiese cambiado completamente, y nos hubiésemos reservado los genocidios, las armas nucleares, los millones de muertos, las dictaduras. Pero la mayoría de comunistas del mundo tenían un contexto distinto al que el partido bolchevique tuvo en Rusia. En muchos lugares el movimiento obrero estaba poco organizado, fragmentado, o en el caso de ser más extenso, no eran los partidos comunistas o socialistas cercanos a la Tercera Internacional los hegemónicos.  

La ruptura ocurrida en el Partido Socialista uruguayo que dio nacimiento al PCU no fue un hecho excepcional, ocurrió en numerosos países, pero las nuevas tendencias pro-komintern, al nacer de una ruptura, perdían militantes y recursos de su organización anterior. De esta manera, nacían débiles, incapaces de asumir algo tan difícil como una insurrección planetaria. Además, las directivas de las 21 condiciones que planteaban que los comunistas debían luchar por reemplazar a los viejos dirigentes de las organizaciones de masas por dirigentes comunistas les trajeron conflictos con otras corrientes. Por ejemplo el anarquismo, con el cual el vínculo se tensó muchísimo, producto también de lo ocurrido en la propia Rusia o Ucrania (Makhno) entre bolcheviques y ácratas.

Ya en el Tercer (1921) y Cuarto Congreso (1922), los congresales de distintos continentes comienzan a hacer llegar los reportes al respecto de los conflictos generados por las estrictas condiciones de admisión y directivas sobre el relacionamiento con otras corrientes. Así es que se realiza un viraje, y nace la táctica del Frente Único. Trotsky fue uno de sus principales defensores y la explica con estas palabras: “En estos choques, que envuelven ya sea a los intereses del conjunto del proletariado, o de su mayoría, o a este u otro sector, las masas obreras sienten la necesidad de la unidad de acción: de unidad para resistir el ataque del capitalismo, o de unidad para tomar la ofensiva en su contra. Todo Partido que se oponga mecánicamente a esta necesidad del proletariado de unidad en la acción, será condenado infaliblemente por los obreros. Por otra parte, la cuestión del Frente Único no es, ni en su origen ni en su esencia, una cuestión de relaciones mutuas entre la fracción parlamentaria comunista y la socialista, o entre los Comités Centrales de ambos Partidos, o entre “L’Humanité” y “Le Populaire”. El problema del Frente Único —a pesar del hecho de que es inevitable una escisión en esta época entre las organizaciones políticas que se basan en el voto— surge de la urgente necesidad de asegurarle a la clase obrera la posibilidad de un Frente Único en la lucha contra el capitalismo.”

La idea de esta táctica es que las divisiones programáticas y estratégicas existentes entre las tendencias del movimiento obrero no boicoteen las luchas más importantes de los trabajadores. Además, el Cuarto Congreso explica muy bien que otro objetivo es lograr un acercamiento con aquellos trabajadores que todavía no están convencidos del programa comunista. Lejos de entender este convencimiento como algo mecánico, esta táctica plantea que en el marco del frente, los comunistas demuestren que son los luchadores más coherentes y potentes, para que en el curso de la lucha los trabajadores pierdan su ilusión en los sectores reformistas u otros. Esto además de ser una táctica, claramente tiene que traducirse organizativamente. En Uruguay, por ejemplo, esto se hizo con la creación de la Unión Sindical Uruguaya, que intentó (fracasando años más tarde) unir a comunistas, anarcosindicalistas, socialistas y otros.

Estos años de trabajo de elaboración estratégica de los congresos se chocaron sin embargo con el retroceso de la revolución mundial y, peor aún, con el auge del fascismo. Este reflujo influirá en el desarrollo del estalinismo en la URSS y en Tercera Internacional, imponiendo un retroceso en tácticas como la del frente único, hacia una estrategia de confrontación con la socialdemocracia —igualándola al fascismo— y hacia la rigidez de las directivas de los primeros congresos. Las consecuencias se van a ver también en Uruguay, con la ruptura de la USU, y en muchos otros puntos del mundo los comunistas se ganarán el rechazo de socialdemócratas, comunistas de izquierda, trotskistas, anarquistas, y otros.

En este contexto cuaja una nueva oleada de luchas políticas en los años 30, como la huelga general con ocupación de fábricas en Francia, o la revolución española. Esta última puede analizarse como un gran laboratorio político de la izquierda mundial. Todas las corrientes anteriormente nombradas participan del proceso. Es el gran momento protagónico del anarquismo, encarnado en la CNT-FAI. Organizativamente, esta experiencia es muy interesante, ya que siendo anarquista combinaba funciones que podrían ser consideradas de partido, tanto en su acepción de partido de vanguardia, como de movimiento político de masas. Combinaba una acción radical, directa, armada a veces, con la creación de miles de comités barriales, bibliotecas, escuelas, casas del pueblo, comités de defensa, y otras instituciones. 

La CNT-FAI protagonizó la revolución de Asturias de 1934, que dejó sentadas las condiciones para que luego en julio de 1936, ante el primer levantamiento golpista, los obreros se levantaran en masa y, tomaran las armas. Estos obreros no solo frenaron a muchos grupos de golpistas, sino que también formaron comités y tomaron las fábricas, las calles y los principales edificios estatales de ciudades como Barcelona o Madrid. Incluso quienes no se consideren anarquistas pueden reconocer que la profunda preparación organizativa desarrollada por la CNT-FAI tuvo una gran responsabilidad en esta gran iniciativa revolucionaria de la clase obrera española. Es además un ejemplo temprano de que muchas funciones asociadas clásicamente a los partidos revolucionarios leninistas pueden ser llevadas adelante por organizaciones que no compartan estos métodos, la tácita obligación de ser anarquista para integrar la CNT la convertía para muchos en un “partido anarquista”.

Luego vino la Segunda Guerra Mundial, lo cual debe entenderse también como una derrota del movimiento obrero mundial y sus organizaciones, ya que implica que el fascismo no pudo ser frenado en el ámbito de la lucha y el avance de la revolución. El propio Frente Popular como estrategia y como organización fue una expresión de esto, y la alianza entre la URSS y las potencias capitalistas occidentales contra el nazi-fascismo también. Por esto, y otros motivos, los años de posguerra volverían a mover las arenas de la organización obrera.

El último esplendor de posguerra

Podríamos decir que el período que va de los 50 a los 70 representa el último momento de esplendor del partido obrero de masas. A la luz del proceso de formación de los estados de bienestar, los gobiernos europeos reconocieron a los partidos comunistas y sus sindicatos —que también venían con cierta legitimidad por la lucha contra el fascismo, como el caso del italiano— como interlocutores válidos para negociar con la clase obrera un nuevo pacto social, donde el desarrollo de la seguridad social y otros derechos laborales para la clase obrera y sus organizaciones llegó a cambio de la garantía de paz social. En América Latina existieron ejemplos de este tipo, aunque más relacionados al desarrollo de los distintos procesos de industrialización o a la ligazón a procesos reformistas y revolucionarios. Del primer caso es ejemplo el PCU, en los otros podemos encontrar al Partido Comunista de Chile y al de Cuba (particular puesto que nacerá gobernando el Estado). 

Sin embargo, estos últimos años de esplendor sentaron la base de la decadencia posterior. La ligazón de los partidos comunistas a los Estados, o a la estrategia mundial del Partido Comunista de la Unión Soviética (de coexistencia pacífica), les ganaron fama de burócratas, y el resentimiento de inmensos sectores militantes e intelectuales. En Europa la experiencia del mayo francés alimentó esto. Textos como “El hombre unidimensional” de Herbert Marcuse reflejan este percepción de que la clase obrera había sido exitosamente cooptada hacia la reproducción del capitalismo en las sociedad industriales avanzadas, y sobre la base de percepciones como esta irá surgiendo lo que se comenzaría a llamar la nueva izquierda.

Con las derrotas obreras en América Latina, el movimiento obrero occidental comenzará un profundo retroceso organizativo que culminará con el avance del neoliberalismo, las transformaciones en el mundo industrial y la caída de la URSS.

Con esto, la pelota quedó en la cancha de las nuevas izquierdas. A diferencia de las tradicionales tendencias del movimiento obrero, que de cierta forma cierran un ciclo en este momento del relato, el ambiente intelectual que genera el surgimiento de las nuevas izquierdas ya no será uno de hegemonía del marxismo, fuertemente golpeado. Nuevos desarrollos como el giro lingüístico, la teoría de redes y sistemas, la cibernética, la ecología, pusieron una semilla aquí y allá para el surgimiento de las nuevas corrientes de la izquierda. 

Las nuevas izquierdas

De estas semillas cosechadas entre los años 80 y 90 surgen muchas corrientes de los 2000. Deleuze y Guattari, Mouffe y Laclau, Murray Bookchin, Judith Butler, Antonio Negri y muchos otros intelectuales aportarán sus construcciones teóricas al desarrollo de nuevos movimientos y nuevas formas de organizarse y de concebir la política. 

De aquí surgirán los movimientos altermundialistas, con una importante presencia en los tempranos 2000, denunciando el imperialismo, la xenofobia, las medidas de austeridad, la devastación ambiental y la falsedad de la democracia liberal. Este movimiento compartirá con el autonomismo y las nuevas concepciones del anarquismo el rechazo hacia los partidos políticos institucionalizados y la participación en el Estado. La profundización de los enfoques culturalistas en las ciencias sociales hace germinar ideas de “cambiar el mundo sin tomar el poder”.

El ecologismo pasará a ser un actor de cada vez mayor importancia, ya sea en los movimientos de los principales países capitalistas, que comienzan a tomar conciencia de las consecuencias de sus modelos de desarrollo, como en el tercer mundo, que sufre el saqueo del capital transnacional. 

El movimiento piquetero argentino deja una gran lección, a través de una experiencia organizativa que demuestra que existen otros espacios de lucha contra el capital por fuera del lugar de trabajo, que explicitan la materialidad de la circulación capitalista y la participación de la sociedad en ella, y que sin embargo logra tomar la identidad de un movimiento de trabajadores, en la época de la deslocalización industrial, del desempleo estructural y las presunciones del fin de la clase obrera.

El feminismo tendrá su cuarta ola, involucrará a millones de mujeres en todo el mundo en distintas formas de actividad política, incluidas transformaciones importantes en el campo micropolítico y conquista reformas legales en muchos países. 

Por último, primero en la América Latina devastada por el neoliberalismo más salvaje y por crisis como las del 2002, y luego en la Europa de la crisis del 2008, se desarrolla el fenómeno de un nuevo populismo de izquierda, que con sus propias raíces y a veces con influencia directa, desarrolla en la práctica muchos aspectos del planteo de Laclau y Mouffe, una desaparición del esencialismo de clase en la lucha política, la organización y movilización del pueblo en torno a disputas simbólicas contra un enemigo y por un proyecto identificador, y la figura del líder como organizador. 

Cada una de estas corrientes dan cuenta de un nuevo grado de conexión del mundo capitalista, con sus nuevas formas culturales, de comunicación, de transporte, de educación, y tantos elementos trastornados por el loco desarrollo de estas dos últimas décadas. Expresan también la aparición de nuevas subjetividades en este mundo, que juegan en el plano social, laboral, en el académico o en el mediático. Son por lo tanto aportes con los que es imperativo dialogar y de los que es fundamental aprender, y a los que a la vez es fundamental criticar.

Tanto las concepciones y experiencias tradicionales como las del siglo XXI tienen importantes lecciones que enseñarnos para los problemas políticos de la transformación social en el presente; vanguardia y movimiento de masas, prefiguración, unidad en la lucha, posición material y subjetividad, internacionalismo, etc. La segunda parte de este artículo buscará desarrollar esas lecciones de cara a pensar qué tipo de organización se necesita para las tareas de hoy en día.

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