Los chinos de Morató

Hace un par de veranos, una maestra rural se preguntaba sobre la relación existente entre China, el comunismo, el capitalismo y Uruguay. Se preparaba para explicárselo a los niños, niñas y adolescentes que asisten a la escuela 60 de Morató, un pueblo ubicado sobre la Cuchilla de Haedo, al sureste del departamento de Paysandú en el cual, hace ya algunos años, vive una considerable cantidad de ciudadanos chinos, que migraron a la localidad como parte del plantel de empleados de un proyecto de construcción. 

Morató es un pueblo que alguna vez se delineó por las vías del tren, en el empalme «Tres Árboles». Según el censo de 2011, tiene una población de 218 habitantes. Allí se construyeron algunas casas, una plaza, la escuela y la comisaría. El paisaje es de pradera. En los alrededores se desarrolla la ganadería y existen varias plantaciones forestales. No tiene mucha frecuencia de ómnibus, aunque es la penúltima parada de la ruta de peregrinaje «Camino a Tiatucura»: un proyecto turístico presentado por mujeres locales en 2020 y financiado con el fin de estimular el turismo interno, dando a conocer algunos de los pueblos sanduceros. El recorrido comienza en Guichón y termina en Tiatucura. Se puede hacer caminando o en vehículo y el alojamiento se coordina con familias locales. La escuela es el lugar central del pueblo. Al lado hay un par de almacenes, y allí es el punto de encuentro de la población local con la extranjera. 

Existe una historia que hace suponer que los moratoenses tienen a los migrantes asiáticos en alta estima. Fue un día de aquellos de gran sequía, luego de que un chisperío provocado en el cableado eléctrico desatara un incendio que  llegó a arrimarse y amenazar al pueblo, las casas y la escuela, al tiempo que devoraba a toda velocidad el pasto reseco sin respetar la división de los alambrados. Mientras la multitud aguardaba ansiosa la llegada de los bomberos municipales, los chinos se dispusieron a disipar el incendio con los elementos que encontraban a disposición. Para cuando el cuerpo llegó desde su base en Guichón, todo parecía estar bajo control. De forma apresurada se consideró extinto el fuego que, en tan solo un par de horas, volvería a encenderse, para colmo de males, cuando los bomberos ya se encontraban de regreso. Así es que los chinos tuvieron que volver a la acción, extinguiendo el peligro de una vez por todas.

Evidentemente, no es un lugar cosmopolita, pero se llegó a estimar que los migrantes asiáticos alcanzaron en número a los locales, duplicando la población de Morató. La escuela del pueblo llevó adelante un proyecto que tenía como fin realizar un invernadero reciclando las botellas plásticas que desparramaban los chinos en el lugar, y así se llegó a establecer un vínculo con CMEC (China Machinery Engineering Corporation) la empresa para la que trabajan. Intentando averiguar por qué no consumían agua de OSE, se llegó al dato de que la empresa tiene la política de proveer agua embotellada a sus trabajadores, que en su mayoría son contratados para trabajar en países que no tienen garantizado el acceso al agua potable, aunque este no sea el caso de Uruguay. 

Al finalizar el proyecto realizado por la escuela, se dio a los trabajadores chinos la oportunidad de brindar unas palabras a las infancias del pueblo. La sorpresa fue tremenda cuando en su discurso recomendaron a los uruguayos que fueran más puntuales y prolijos para trabajar.

Además de los contenedores, la empresa alquiló una vivienda y el salón municipal para alojarlos. Los primeros que vinieron ya se fueron rumbo a Salto y llegaron otros. Son todos varones menos un par de administrativas, muchachas chinas que trabajan en el escritorio. De noche no salen. A las 17 cenan y se comunican con sus familias conectándose a la red Ceibal de la escuela. Se supone que cuando en Uruguay atardece, en China está amaneciendo. 

El proyecto de conectar Salto con Tacuarembó, incluyendo una parte de Cerro Largo, por medio de una línea alta tensión se firmó en 2021, costando 191 millones de dólares, y se planea que culmine en 2025. El plan original del llamado «Cierre del anillo del Norte» implicaba el tendido de líneas de 500 kV entre Tacuarembó y Salto, sin embargo, fue necesario modificar la ruta del cableado debido a los requisitos de conexión a la red eléctrica de la nueva planta UPM II. La obra está financiada por el BID, por medio de un fideicomiso entre UTE y República Administradora de Fondos de Inversión S.A. (República AFISA). En los últimos años, el SUNCA protestó por la situación de los trabajadores chinos en varios sentidos: no se contrató más población local para abaratar costos, la población extranjera vive en una situación precaria y la licitación se dio con un proceso que despertó sospechas por lo barato del costo de obra en comparación a las demás empresas que se presentaron. 

Mireya Meireles vive hace años en Morató, tiene una hija que va a la escuela y en su casa funciona un almacén. Desde que se instaló la empresa en 2022 la población extranjera hace allí sus compras personales, como refrescos, alfajores, leche, cigarrillos y encendedores. Según cuenta a Hormiga Roja, al principio le impresionó cuando vio llegar a veinticinco chinos en un micro, cada cual con su valija. Luego fueron llegando más. Ahora ellos son sus vecinos, porque los contenedores que se instalaron para alojarlos están ubicados junto a su casa. Allí se tuvo que mandar a hacer carteles en chino porque en el verano ingresaban al negocio con el torso desnudo, sin saber que esto estaba prohibido, como lo anunciaba el cartel escrito en castellano. 

Pero los extranjeros no se terminan de integrar al pueblo. El primer grupo hizo una cancha de fútbol cinco en la plaza del pueblo e iban a jugar, pero solo lo hacían entre ellos. Mireya entiende que se pone difícil socializar al no poder comunicarse en el mismo idioma y reconoce que son amables: la mayoría te saluda, dicen Nǐ hǎo, que es «hola» en chino. Lo básico se aprende. En el almacén ayudan a los chinos con los nombres de las cosas. Le dicen «Coca-Cola» y ellos repiten. En general se manejan con el traductor en línea. Se supone que la empresa les da comestibles y tienen un chef que les hace las comidas. Al momento de comprar, se organizan para que uno pida lo de todos: igual entran doce chinos al almacén, pero uno solo saca doce botellas chicas de refresco y paga para todos. El evidente choque cultural se completa con la fascinación de los chinos por los IYīngwǔ, loros nativos, así como por otras especies autóctonas.

Se cuenta que cuando recién llegaron los acompañaba un matrimonio de traductores que charlaban mucho con Mireya y su familia. Les llevaban comida para probar y los fines de semana, o cuando terminaban la jornada laboral, se arrimaban y conversaban. Varias veces fueron a pescar a la estancia La Lolita, donde hay una represa. Los acompañaban y después cocinaban juntos en la casa. Desarrollaron un buen vínculo con la niña de la familia e incluso hicieron manualidades juntos. Su madre recuerda que una vez hicieron «mojarras fritas», siempre comida picante. Ahora perdieron contacto. Desde que se fueron no han podido comunicarse porque dejaron de usar el chip uruguayo. Luego hubo un encargado chino bastante mayor que también se hizo compañero de la familia y pasó fin de año con ellos. En la obra también trabajan uruguayos, que seguro tienen algún vínculo con la población china. Al año nuevo chino lo celebraron en enero, juntándose en el lugar donde se reúnen todos los trabajadores a la entrada del pueblo. 

Hace ya varias décadas que China se volvió una potencia económica a nivel mundial. En el siglo XXI se transformó en el principal socio comercial de muchos países de América Latina, incluido Uruguay. Buena parte del boom exportador que provocó las transformaciones de las últimas décadas en el campo uruguayo fueron impulsados por la demanda china.

En la presencia de los chinos de Morató se cruzan las megainversiones y la geopolítica con las historias mínimas de un pueblo que convive con sus nuevos vecinos. Si sabemos mirar, la historia universal puede verse a simple vista.