Foto: Ignacio Dotti
Aunque parezca extraño y anacrónico, yo conocí a Nibia Sabalsagaray.
Cuando nací, en el 94, habían pasado exactamente 20 años, —que hoy ya son 50— desde que nos la arrebataron por primera vez. Porque a Nibia, La China, además de secuestrarla y de torturarla hasta la muerte, nos la robaron. Y por si fuera poco, posteriormente, en un patético intento de ensanchar las fronteras del horror, quisieron arrancarla de las raíces de nuestra memoria histórica. ¿Cómo? Mintiendo. Mintiendo burda y descaradamente.
Porque además de fascistas y de sociópatas, de ladrones compulsivos y de hambreadores seriales, de sádicos, de brutos, de malparidos, de cobardes sin salvación, aquellos miserables se destacaron especialmente en la práctica de la mentira. Práctica, que dicho sea de paso, muchos de sus herederos continúan ejerciendo por estos días.
La mentira es ya conocida: el Alférez Miguel Dalmao declaró haber encontrado a Nibia en el calabozo ya muerta, con indiscutibles señales de autoeliminación. Versión inmediatamente avalada por el doctor militar José Mautone. Versión sospechosamente acompañada por la tajante prohibición de abrir el cajón en el que fue entregada a sus familiares. Prohibición valientemente desobedecida por los compañeros de Nibia, entre los que se encontraba Marcos Carámbula, joven estudiante de medicina, que tras revisar el cuerpo puso sus observaciones a consideración del catedrático Carlos Arzuaga (grado 5 de facultad de medicina) quien no dudaría en afirmar lo que ya se intuía: a Nibia la asfixiaron hasta provocarle la muerte, aplicandole el metodo de tortura conocido como submarino seco.
Pero todo el mundo sabe aquello de los chanchos con sus patas cortas. Cortadas, en este caso, por aquellas voluntades que una a una fueron desnudando los encubrimientos con los que quisieron mancillar el destino de Nibia. Fueron esas voluntades, que arriesgándose a sufrir similares destinos, lograron salvarla de un segundo intento de secuestro. Un intento quizá más cruel, más injusto, quizá con mayores consecuencias que el primero. Pero no, no pudieron. Y fue gracias a aquellas voluntades que yo pude conocer a Nibia. Y no solamente eso. Porque si es cierto aquello de que los amigos de tus amigos también son los tuyos, no solo la llegué a conocer sino que fui, y soy, amigo de Nibia. ¿Cómo no serlo? Cómo no empezar a quererla cuando uno se entera, cuando a uno le cuentan los detalles de su indoblegable compromiso, de sus sueños de libertad, de su inapagable ternura.
Y así como dos entrañables uruguayos vieron al poeta salvadoreño luego de que la muerte equivocada se lo llevara; yo la vi, Nibia ya no vivía, pero yo la ví. Iba, como en aquella foto icónica de la Huelga General del 73, entre miles, como Roque Dalton, o junto a él, contando sus maravillosas historias de futuro.
Y la vi también el 21 de diciembre de 2021, el día en que se colocó la placa recordatoria en el Batallón de Comunicaciones Nº1, para que nadie olvide el escenario del crimen.
Y la volví a encontrar en julio de este año en la Facultad de Comunicación, cuando su figura emergió desde las palabras de quienes más la quisieron. Allí la vi pasearse, con su mirada alegre, sus veinticuatro años de muchacha y su sonrisa juvenil inundando por completo el Aula Magna de la facultad.
Y en esos momentos en los que ya no sabés distinguir si te lo están contando o si lo estás viviendo —y cuando ya ni siquiera importa esa distinción—, la vi; la vi y quise definitivamente ser su amigo cuando escuché a Antonia narrando sus andanzas por el IPA, contando la pasión que tenía Nibia por la lectura, por la enseñanza, por la escritura.
Nibia luchaba, Nibia enseñaba, Nibia leía, Nibia escribía. Y todos estos verbos la pintan de cuerpo entero y son testigo de su profundo compromiso por conquistar una verdadera democracia.
Porque la literatura como todo arte, nos da, entre otras muchas cosas, la posibilidad de mirar con los ojos de otrxs. Y eso, aunque pueda escandalizar a algún politólogo, es la verdadera base de la democracia. Y Nibia, al parecer, lo sabía.
*Con motivo de la celebración del Premio literario Nibia Sabalsagaray 2024 del Museo de la Memoria, fueron leídas estas palabras de homenaje a Nibia por el autor del cuento Un día importante, que resultó ganador del certamen.