Vosotros, que surgiréis del marasmo
en que nosotros nos hemos hundido,
acordaos también,
cuando habléis de nuestras flaquezas,
de los tiempos sombríos
de los que os habéis librado.
Cambiábamos más frecuentemente de país
que de zapatos,
a través de las guerras de clases, desesperados,
porque reinaba la injusticia y nadie se indignaba.
Bien sabemos que el odio contra la ruindad
deforma el rostro
y la rabia contra la injusticia
enronquece la voz. ¡Ah!, nosotros,
que queríamos preparar el terreno para la bondad
no pudimos ser bondadosos.
Pero vosotros, cuando llegue el momento
en que el hombre sea bueno para el hombre,
acordaos de nosotros con comprensión.
—De Bertolt Brecht, Poemas, 1913-1956 (1986)
El tono catastrófico invade cada vez más el sentido común a la hora de pensar el presente y el futuro. La historia reciente del siglo XXI parece estar demostrando el fracaso de las promesas de finales del siglo pasado, al respecto de que la caída del bloque socialista implicaba la superación de las contradicciones y la unificación del mundo en una aldea global hiperconectada, virtuosa económicamente y armónica socialmente.
Las crisis económicas, como la del 2008, las guerras contemporáneas, con su alquimia de intereses capitalistas, geopolíticos, fundamentalismos religiosos y nacionalismos extremistas, la conflictividad social, la devastación ambiental creciente, la puesta en pie de los primeros bloques de un complejo armado de autoritarismo tecnológico, y una constante degradación social, expresada en la socialización violenta, en la soledad y en la crisis de la salud mental, se encargaron de refutar estas promesas.
Lo que constituye la mayor pesadilla de todo este cuadro, es que a diferencia de los inicios del siglo XX, cuando a la catástrofe de la Gran Guerra se le opusieron revoluciones y la construcción de distintos proyectos transformadores, que funcionaban como referencia a nivel global, en nuestro presente no contamos siquiera con un ensayo general de alternativa social para oponerle al capitalismo y sus nefastas consecuencias.
Esto no ocurre de forma casual ni escapa a la literatura política de nuestra época. La crisis del socialismo abarca distintas causas; el devenir autoritario y finalmente restaurador de los procesos revolucionarios más importantes, la derrota traumática de algunos de estos procesos mediante el terror, la caída de la URSS y sus implicancias políticas directas en todo el mundo, las distintas crisis de las Internacionales, el campo del marxismo altamente poblado de teorías dedicadas directamente a la justificación de estados más que a investigaciones concretas y debates honestos, la descomposición de las formas clásicas del anarquismo, o el movimiento hacia el centro de la socialdemocracia.
Nuestro país no escapa a ninguna de estas cuestiones. Asistimos a una crisis de la izquierda desde el momento en que el proyecto político por el que apostó la mayoría de la izquierda uruguaya no logró cambiar considerablemente la miseria que vive la mayoría del pueblo. Esto no implica que ciertos aspectos de consenso dentro del Frente Amplio y también productos de iniciativas políticas de la izquierda frenteamplista, no hayan ayudado a sectores de trabajadores y de la población en general.
En este punto creo que debemos ser muy cuidadosos de no caer en las trampas de la economía burguesa, para la cual una persona que vive sola en Montevideo y superó la línea de 18.620 pesos no es pobre, aún cuando un alquiler gira muchas veces en torno a ese monto. Los 500.000 veinticincomilpesistas que existen en Uruguay, si viven solos, no son considerados pobres. También existe aquí el factor del contexto, ya que el período frenteamplista vino antecedido por la crisis del 2002, que implicó un aumento de la pobreza muy mayor a la existente por ejemplo en los 90, la cual estaba separada por casi un 8% del punto más bajo logrado por los gobiernos del FA en 2014,1 número bastante menor a la comparación con el 2002 - 2004 que se usa generalmente. Este piso histórico logrado por el FA tampoco se mantuvo y en los años posteriores se fue revirtiendo de la misma forma que el piso del desempleo. Por lo tanto, ante el escenario de un boom económico que conviene acompañar con aumentos de la demanda y del consumo, la mejora salarial que se presentó es algo bastante esperable, visible en otros países cuando salen de una crisis. Si lo vemos sin embargo a un plazo todavía mayor, vemos cómo la clase trabajadora nunca recuperó los niveles salariales anteriores al ajuste de la dictadura.
Este diagnóstico de que la miseria del pueblo uruguayo no se vio sustancialmente transformada en el período progresista puede ir acompañada de otros indicadores, por ejemplo mientras que en 2014 la pobreza por ingresos alcanza su piso de 10,1%, cuando la medimos por Necesidades Básicas Insatisfechas en el año anterior, la cifra alcanza un 34% bastante mayor.2 El estudio en el cual estas cifras aparecen admite que Uruguay no tiene un indicador que sirva para medir las personas que salieron de la pobreza pero corren riesgo de volver. También es constatable que entre los datos del censo del 2011 y los datos sobre asentamientos del Programa de Mejoramiento de Barrios en 2018, los mismos aumentaron en 45, habiendo más de 200.000 personas en total viviendo en ellos. Es decir, aun cuando algunos indicadores mejoraron, y podemos cuestionar la calidad de esta mejora, otros muy sensibles que hacen a las condiciones más miserables de vida empeoraron. Los gobiernos del FA no fueron capaces tampoco de evitar el aumento del desempleo luego de que llegue a su piso, sobre todo a nivel del desempleo juvenil que tras llegar a 18,1% comenzó a subir de forma muy importante, presentando lo que podríamos llamar una rotación generacional de la pobreza. Además de todo esto, se avanzó en modalidades que perjudican la organización obrera como las tercerizaciones o el decreto antipiquetes.
Podemos decir que la izquierda no pudo avanzar hacia objetivos más profundos de reforma social, ni evitar la participación en retrocesos. Esto en mi opinión hace a una falta principalmente en el plano programático y estratégico, y tal vez en el de la cosmovisión política. Creo que la cuestión no está en pensar que lo que hacía falta para cambiar esto, con la urgencia que debe ser cambiado para que sus consecuencias no empeoren, es un frenteamplismo intensificado en versión de cualquiera de los tres gobiernos. Sino en pensar que hay que avanzar hacia las formas políticas que permitan unificar al pueblo en torno a la construcción de un cambio radical, del cual el logro de avances en base a la participación en gobiernos pueda ser solo un momento, producto de las correlaciones de fuerza de la izquierda y su marco de alianzas. La izquierda extra frenteamplista tampoco ha sido capaz de lograr esto y su rol se ha reducido a ser la conciencia crítica del FA sin elaborar una estrategia propia.
Creo que este planteo no es un capricho radical que no entiende que los cambios son lentos, por el contrario, creo que nace de un diagnóstico realista de nuestra situación histórica. A nivel nacional e internacional, cada año que la miseria se naturaliza se dificulta más su reversión, la violencia se expande, cada año que permitimos acciones de devastación ambiental en pro de beneficios capitalistas nos alejamos de la posibilidad de vincularnos de manera viable y sana con la naturaleza.
Creo también que la capacidad del ser humano de conocer la naturaleza de los obstáculos que se le oponen, y de sumar fuerzas con otros para lograr superarlos, hace racional empeñarnos en definir con mayor precisión los cambios que queremos lograr, los caminos que nos llevarán a ellos, y como los caminaremos, es decir, hace racional pensar en el problema de la estrategia política de la izquierda. No realizo este análisis como una crítica externa iluminada, sino como un trabajador cuya experiencia de vida lo ha llevado a participar de la lucha por aportar algo al cambio de males sociales con los cuales creo que no es posible convivir, y que se ha topado con importantes dificultades cuya resolución es aún un problema. Sin embargo, creo que una forma de no desesperar que tiene el militante ante esta encrucijada, es ser él mismo un foco de pensamiento y diálogo estratégico, y de construcción de redes que extiendan esta tarea.
Mosaico de estrategias
Planteados estos problemas, me propongo hacer un repaso de las formas en que la izquierda uruguaya piensa su estrategia, ofreciendo un panorama general del mosaico de estrategias que están en marcha, para luego ir a las preguntas que están de fondo en estas concepciones. Como no estamos frente a una tabula rasa, pensar la estrategia revolucionaria implica también analizar y debatir que tanto las estrategias en curso aportan o restan potencia a los esfuerzos colectivos de transformación social, para decidir cómo posicionarnos al respecto.
El panorama actual de las estrategias de izquierda en Uruguay no fue siempre el mismo. No es el mismo claramente que el de los 60, con una marcada encrucijada entre el PCU, con su teoría de la revolución uruguaya, de Rodney Arismendi, que integraba la línea de coexistencia pacífica de la URSS (no revoluciones para evitar una nueva guerra) y el eurocomunismo, y perspectivas como la del MLN, que planteaban la necesidad de la conquista revolucionaria del poder, enmarcando este planteo en un presente inmediato, no etapista, bajo la inspiración cubana u otras. Alternativas como el anarquismo, el trotskismo, y el sindicalismo revolucionario tenían también su lugar. Tampoco es el mismo panorama que el de la izquierda post-dictadura con sus experimentos autonomistas, nacionalistas populares, movimentistas, etc.
El hecho fundamental que configura el panorama actual del pensamiento estratégico de la izquierda uruguaya, es la llegada del Frente Amplio al gobierno.
La importancia de este hecho para la discusión en cuestión radica en que la victoria del Frente Amplio en el 2004 colocó decididamente a la mayoría de la izquierda uruguaya en una estrategia de conciliación de clases.
Entender qué significa esto implica empezar por plantear que el Frente Amplio no es en sí mismo la izquierda, ni nunca lo fue. No lo es porque por un lado no todas las expresiones de la izquierda social y política uruguaya integran o apoyan al FA, y por el otro porque no todos los sectores que integran el FA son de izquierda. El FA es desde sus inicios una alianza policlasista, entre sectores de izquierda, los más representativos el PCU y el PS, que son fundamentalmente partidos obreros y sus reivindicaciones se sustentan en los intereses de la clase trabajadora, y sectores diversos, que ven en estas izquierdas un aliado más viable que los partidos tradicionales, volcados a la derecha tras la liquidación de sus alas izquierdas históricas (batllismo, wilsonismo, nacionalismo independiente, etc). En estos encontramos ex miembros del PC y el PN, la democracia cristiana, tecnócratas neodesarrollistas inspirados en la Cepal, y otros. Estos sectores no responden a la pregunta de “¿desde donde pensamos la estrategia política?” con “la clase trabajadora y la izquierda”, sino con todo el conjunto de clases e individuos de la sociedad que estén interesadas según ellos en ciertos criterios básicos de justicia social, que puedan lograrse esquivando la violencia de la lucha de clases. El MPP parece haberse revelado en los últimos años como la fuerza política capaz de girar pragmáticamente entre todas estas posiciones.
Que la izquierda integre alianzas policlasistas no es un fenómeno nuevo. Pero las perspectivas de esta integración cambian si la alianza accede al poder. A partir de este momento los intereses de clase ya no serán proyecciones programáticas abstractas sino el sustento de las políticas que se realicen desde el Estado, y aquí entra una pregunta estratégica fundamental; ¿Quien mantiene la hegemonía en la alianza que gobierna? ¿Qué intereses de clase pesan más a la hora de gobernar?
Una vez el FA llega al gobierno, el movimiento obrero se encuentra con una situación que lo obliga a pensar de forma distinta su relación con el Estado y las demás clases. Al igual que en el pasado, por ejemplo durante el neobatllismo o el primer batllismo, la convocatoria permanente a consejos de salarios, y la existencia de un gobierno propenso a impulsar la negociación, niveles mínimos de crecimiento salarial y políticas sociales coordinadas, implican una interpelación al movimiento obrero que este no puede ignorar. La pregunta estratégica será entonces si vale la pena sacrificar una parte de la autonomía política de la clase, en pos de avanzar en conquistas al ritmo que a la alianza policlasista le convenga.
En el ejemplo clave del movimiento sindical, se abre un escenario en el cual las conquistas salariales se vuelven una oportunidad para legitimar la herramienta, y para sus dirigentes de legitimarse como tales. Por otro lado el partido que motorice este proceso formando dirigentes obreros preparados para la negociación salarial, haciendo suyas las reivindicaciones y llevándolas al parlamento o a instituciones de gobierno, quedará legitimado como representante ante parte del movimiento obrero, como ocurre con el PCU y el caso paradigmático del Sunca u otros sindicatos.
A simple vista cuesta encontrarle problemas a esto, los trabajadores y otros sectores sociales avanzan, aunque sea lentamente, en conquistas y derechos, y la izquierda crece. Sin embargo, ¿Qué pasará cuando los capitalistas exijan de la alianza policlasista una política que los beneficie a ellos y perjudiqué a la clase trabajadora?. Si la condición para que esta estrategia anteriormente mencionada funcione es que la alianza se mantenga en el gobierno, y para esto se requiere un mínimo de unidad interna, ¿que pasará cuando aquellos sectores de la alianza que representan intereses capitalistas busquen hacer reales las exigencias de esta clase? ¿la izquierda priorizará la unidad del frente o los intereses de la clase trabajadora? ¿protestará contra esto de forma testimonial y pasiva o movilizará a la clase trabajadora para frustrar estos planes?
Durante mi militancia en el trotskismo, mi respuesta a estas preguntas era que en una alianza policlasista, que aspire al visto bueno de los capitalistas para gobernar, como es el caso del FA, nunca habrá hegemonía obrera. Sigo creyendo que esto posiblemente sea así. Lo que no creo es que la izquierda frenteamplista tenga que aceptar esto necesariamente, y que podría buscar las formas de hegemonía que no solo hagan que más decisiones pasen por sus manos, sino que arrastren a los sectores que no son de izquierda a grados mayores de confrontación con el capital. La realidad, sin embargo, es que esto no ha ocurrido, y que no parece ser la estrategia de la izquierda por el momento. En todo este trayecto histórico, lo más parecido que hubo a tensar las contradicciones de clase de la interna frenteamplista, fue el apoyo de la izquierda al plebiscito de la seguridad social, y cabe aclarar que se dio en el marco de un gobierno de la Coalición, durante los gobiernos frenteamplistas no vimos ningún hecho decisivo de este estilo. Además, en el caso del PCU esta no fue una situación buscada.
La trampa de esta estrategia está en que en el mismo momento en que se decida dar una lucha por el conjunto de la clase, por conquistas más profundas que afecten intereses capitalistas, la lucha se volverá insoportablemente frontal y la unidad policlasista peligrará, peligrando también el propio Frente Amplio. Sin gobierno conciliador y negociador el ciclo virtuoso que se abría con esta estrategia se rompe, y al menos que haya una estrategia alternativa se entra en una crisis y estancamiento. Esta contradicción crea en la izquierda que he estado describiendo, principalmente la del PCU, clave por su bisagra entre movimiento obrero y FA, una tendencia definida hacia el conservadurismo y la colaboración con el gobierno. Sobre todo si es frenteamplista, pero también se ha visto con la Coalición. La dirección actual del movimiento obrero no buscó derrotar las rebajas salariales, ni la reforma jubilatoria, ni la reforma educativa. Solo se limitó a mostrar su descontento. Quienes habitamos los movimientos sociales sabemos que esto no se trata de una distracción, sino que en cada uno de esos campos existieron lineamientos que abiertamente buscaron evitar una radicalización de los conflictos y desmovilizar a los sectores en lucha.
La lucha educativa, con la huelga general del 2015 contra el gobierno del FA, que respondió con la esencialidad a los docentes, y la represión de la republicana a estudiantes de secundaria, y también el plebiscito por la seguridad social, mostraron las fallas de esta estrategia. La desbordaron. La miseria y la postergación no son algo que pueda mantenerse en el ámbito de la negociación por mucho tiempo, sin que pasemos a estar frente a una naturalización y aceptación de las mismas. La reacción a esto explotará de forma violenta contra la conciliación de clases tarde o temprano, y muchos se llevarán las manos a la cabeza o culparán a la clase golpeada.
Si este es el caso de la estrategia hegemónica de la izquierda frenteamplista, ¿qué pasa con el resto de la izquierda? ¿Existe una estrategia alternativa potente a la conciliación de clases? Creo que en la izquierda social y política extra frenteamplista, existe una diversidad de concepciones estratégicas, que sin embargo no ha logrado cuajar en una alternativa sólida ni superar ciertas formas de espontaneidad o improvisación.
Mi experiencia y lectura política de este campo me permite identificar las siguientes concepciones:
En primer lugar, un combativismo autonomista identificado con la izquierda social, cuya forma de plantear una alternativa a la conciliación de clases consiste en impulsar la radicalización de los conflictos y la autonomía de las fuerzas en lucha frente a los intentos de cooptación de los gobiernos. La mayoría de las veces no busca plantear qué pasará luego de que el conflicto se radicalice, ni qué alternativas de poder existen a la cooptación estatal. Puede verse esta concepción en el movimiento estudiantil durante las luchas educativas, en sectores del feminismo y en las luchas ambientalistas, entre otros.
En segundo lugar, podríamos identificar ciertas concepciones que trascienden lo meramente combativo y buscan sustentarse en un programa, el cual sin embargo es vago; no suele trascender los marcos de un neodesarrollismo de izquierda, y además sus propuestas no forman parte de la práctica cotidiana de los sectores que las impulsan. Acá ubico por ejemplo a sectores como la Coordinación de Sindicatos del PIT-CNT, grupos de intelectuales críticos, y sectores de la izquierda frenteamplista como la corriente ortodoxa del PS o el PVP.
Por último, lo que podríamos llamar una estrategia maximalista, que suele tener versiones anarquistas (FAU, ROE, individualistas), trotskistas (PT), guevaristas (Liberación, MRO) y nacionalistas-stalinistas (26M, Frente de Trabajadores en Lucha) y consiste básicamente en colocar la necesidad de la revolución o de tomar el poder, como principal respuesta a las demandas de los trabajadores.
Mi crítica hacia ellos no es desde la subestimación ni el desprecio, ya que de hecho he transitado por espacios identificables dentro de cualquiera de las tres concepciones.
La primera estrategia ha tenido la virtud de mostrar que la lucha por los intereses obreros es posible, también clarificar profundamente la naturaleza del Frente Amplio, e impulsar que miles de trabajadores busquen la fuerza en su propia clase en lugar de delegar en el FA. En los conflictos estudiantiles actuales se siguen viendo los documentales del 2015 y los gurises reflexionan sobre cómo el FA movilizó cientos de policías militarizados para enfrentar a los adolescentes. El autonomismo de estos sectores ha dado margen para que sus militantes y otros indaguen en nuevas formas de organización política y nuevos planteos programáticos. Es necesario que estas virtudes sigan existiendo y haciendo su aporte. Sin embargo, solo esto no puede ser el fundamento de una estrategia integral para la izquierda, y se plantea la cuestión de que no se ha sabido continuar la estrategia más allá de la profundización de los conflictos. Esta corriente no ha logrado preguntarse y responderse cómo se podrían hacer las cosas para ganar en lugar de resistir, no ha logrado entrar en una dinámica de preparar los conflictos con tiempo adelantándose a la eventualidad de su advenimiento, ni ha logrado una forma de poder político capaz de hacer reales las reivindicaciones sin pedirle nada a los mismos que sabemos que no están dispuestos a dárnoslo.
Si la estrategia anterior adolece de tener una gran iniciativa autónoma pero no poder elaborarla en una estrategia y un programa, la segunda es una corriente con programa pero con problemas en la estrategia, y que tiene relativamente bloqueada la propia iniciativa. Los sindicatos de la Coordinación luchan con independencia de clase, pero no buscan ofrecer una perspectiva de alternativa social al conjunto del movimiento sindical y la clase. Elaboraron para los últimos congresos del PIT-CNT distintos documentos programáticos, cuyas propuestas sin embargo no aparecen reflejadas en su práctica cotidiana, y no dejan de ser un reciclado del neodesarrollismo de izquierda (más intervención estatal + grabar un poco más al capital). De hecho si los comparamos con los documentos de las otras corrientes, salvo el desacuerdo con el FA como parte del “bloque social y político de los cambios”, son planteos muy similares. Lo mismo ocurre con grupos de intelectuales críticos que logran un acumulado muy interesante de ideas, trabajo intelectual colectivo y difusión, pero no logran trascender de ese plano a uno de organización política mayor. Por último, si uno lee los documentos de autocrítica al progresismo por parte de la corriente ortodoxa del PS, vemos interesantes críticas a la estrategia hegemónica del FA descrita anteriormente, que sin embargo en su mayoría no se traducen a la práctica política cotidiana, tal vez por las propias contradicciones interna de ese partido y del propio FA.
Por último, tenemos las estrategias maximalistas. El gran mérito de estas corrientes ha sido mantener en alto las banderas. Si por el FA y su izquierda fuese, tal vez durante las últimas décadas casi nadie habría hablado públicamente de revolución social, de socialismo o de lucha de clases. Quienes creemos que aún con toda la actualización que sea necesaria el cambio social deberá pasar de todas formas por estos caminos, es positivo que existan quienes siguen planteando esto. Sin embargo, si analizamos la trayectoria reciente de estos sectores, podemos comprobar un progresivo aislamiento y debilitamiento. Creo que esto se debe a que estas corrientes han sido incapaces de conectar con las demandas inmediatas de los trabajadores, bajo la idea de que impulsar reformas en el marco del sistema es indeseable puesto que transmite la ilusión de que los problemas de la gente se pueden solucionar en el marco del capitalismo. No creen mayoritariamente que el hecho de que la clase obrera intervenga y proponga soluciones o mejoras a problemas pueda contribuir a la organización de la clase y a proyectarla como organizadora de la sociedad. Así se da que, entre el que te muestra con los hechos que seguir su estrategia puede llevarte a aumentar tu salario y tus derechos laborales en el corto plazo, y el que te promete que tus problemas se solucionaran en una revolución futura, que además no saben explicar, ni han mostrado cómo será posible el camino hacia ella, la clase trabajadora termina eligiendo, y con sentido, a los primeros.
Nos encontramos entonces con una panorama de variadisímas estrategias de izquierda, como un mosaico cuya imagen final es el estado actual de la izquierda. Quizás podríamos verlo también como un puzzle, en el cual ninguno de ellos está logrando aprovechar al máximo sus fuerzas puesto que se encierran en su estrategia, en lugar de dialogar con las otras y tratar de lograr síntesis. Si los maximalistas complementasen su planteo revolucionario con una estrategia inteligente de lucha por reformas radicales, tal vez contribuirían a que los trabajadores logren pensar la conexión entre sus luchas presentes y el cambio social, a la vez que si los reformistas frenteamplistas lograsen integrar la perspectiva revolucionaria a su política cotidiana, tal vez lograrían infundir a la clase de motivación y lograrían darle mayor legitimidad a su identidad como izquierda. Lo mismo ocurre con las estrategias variadas de la izquierda social. Sin duda hacen falta ideas nuevas y debate con las actuales, pero creo que una de las tareas es también lograr organizar de mejor manera lo ya existente.
Problemas para pensar la estrategia política de izquierda
A partir de este momento desarrollaré esta sección aportando lo que creo que son preguntas fundamentales sobre la estrategia política de la izquierda, cuya respuesta creo que puede orientarnos en las tareas que tenemos por delante. A medida que pensé estas preguntas, las apliqué a mis experiencias de militancia y las situaciones de los colectivos en los que he participado, viendo lo constructivo de este ejercicio, que me gustaría inspirar en el lector.
Una primera pregunta sería, ¿Quién piensa la estrategia política de la izquierda? ¿Desde que lugar la pensamos? Creo que una primera respuesta a esta cuestión podría ser que pensamos la estrategia de la izquierda como trabajadores, como personas de izquierda, o también como personas que sufren las distintas miserias de este sistema social.
Otra pregunta necesaria por cómo delimita los campos en los que nos moveremos es: ¿Qué es luchar? ¿Luchamos cuando resistimos las acciones de el Estado y los capitalistas? ¿Cuando trabajamos para construir las condiciones de la derrota de ambos? O por el contrario ¿Luchamos solo cuando lo atacamos directamente?. Yendo al plano militante, ¿Luchar es solo participar de una medida de lucha o lo es también participar de la construcción de las herramientas necesarias para poder tomar la medida?.
Sabiendo que lucharemos, y que hacerlo implica una diversidad de acciones y de situaciones, se nos presentan las preguntas de, ¿Qué conocimiento tenemos del terreno en el que lucharemos? ¿Qué ventajas y desventajas nos ofrece para luchar? ¿Es un terreno nacional o internacional?. En el terreno social esto implica conocimiento de las relaciones sociales y sus lógicas, de la economía capitalista y de sus contradicciones, y luego, la ciudad, las empresas, los barrios, las instituciones, los distintos espacios donde transcurre la vida, atravesada por la lucha de clases, y la dimensión mundial de este entrelazamiento de espacios. La geografía y la cartografía son en este plano una herramienta tan útil como la propia economía política para proyectar la estrategia de cualquier lucha.
Volviendo a las preguntas sobre nosotros mismos; ¿Qué grados de organización y unidad maneja nuestro bando popular? ¿Qué sectores lo componen y cómo podrían aportar a la lucha? ¿En qué cantidad? ¿Con que cuenta para atacar?, pero también; ¿Cómo se organizan los procesos de dirección y toma de decisiones? ¿Qué formas organizativas toma la unidad de la clase trabajadora y el pueblo para luchar? ¿Un Pártido, un movimiento, un ecosistema de organizaciones?. En la cuestión de la unidad, se plantea la pregunta sobre las distintas fracciones de la clase trabajadora, ¿como las posiciones en las que se encuentran los favorecen o dificultan para unirse con otros o para aspirar a objetivos estratégicos? Y las formas en que se puede intervenir en esto. También la de hasta qué punto la clase trabajadora, en su sentido más amplio de trabajadores asalariados o desposeídos de medios de producción, logra unir su lucha a la de otros sectores de la sociedad que están en lucha contra sus propias opresiones. Preguntarnos con qué contamos para atacar, hace a la pregunta histórica de los métodos de lucha, las armas con las que contamos, que tienen que ver con nuestro lugar en la sociedad, por eso a veces luchamos con huelgas, con distintas formas de afectar las ganancias capitalistas, demostrando nuestro número y fuerza, resistiendo o desarrollando distintos medios para que el pueblo nos apoye. Las preguntas por la dirección y la toma de decisiones son variadas, algunas con implicancias opuestas, por ejemplo, ¿el grado de horizontalismo existente permite actuar coordinadamente para golpear juntos con la mayor efectividad?, por el contrario ¿permiten los distintos grados de autoridad de una dirección la necesaria creatividad de un ejército enorme que de a momentos deberá responder a situaciones del momento que no estaban en el plan? ¿contribuye la dirección a que los luchadores se sientan parte activa de la estrategia de lucha o los desmoraliza de forma autoritaria con órdenes cuya racionalidad no se hace clara?.
Saliendo de las preguntas sobre nosotros, podemos preguntarnos; ¿Contra quien luchamos? ¿Quién sostiene la dominación de nuestra clase? ¿Solo quienes se enriquecen de ella? ¿Quienes la legislan y la administran? ¿Quienes la defienden con las armas? ¿Quienes la legitiman en los medios de comunicación? ¿Constituyen estos sectores un bloque uniforme? ¿Bajo qué condiciones podrían separarse y cómo podemos impulsar y aprovechar esto?. Por otro lado, ¿Cómo participa la propia clase dominada de la reproducción de su dominación? Muchos argumentos nos dan el indicio de que algo en nosotros es también el enemigo. Desarrollo de esas preguntas son también las siguientes; ¿Qué conocimiento tenemos del ejército enemigo? De su composición, su número, su armamento y su dirección. ¿Qué conocemos de su propia estrategia y sus tácticas?. Esto es fundamental ya que sabiéndolo podemos adelantarnos a algunos de sus movimientos. ¿Qué sabemos de los planes de los capitalistas y los Estados? ¿A qué necesidades responden? ¿Qué posibilidades tienen de aplicarlos en cuanto al consenso político, la viabilidad práctica, la capacidad de reprimir una respuesta, y la capacidad de convencimiento entre la población? ¿Dónde están los puntos débiles de estos planes? ¿Qué factores están subestimando?. Hacerse estas preguntas y responderlas parte de la conciencia de que las acciones del enemigo son inteligibles.
Vemos así como respondiendo estas preguntas se pueden ir formulando las coordenadas generales de un conflicto. Las siguientes preguntas y sus respuestas aportaran al mismo proceso.
Cabe preguntarse también por las alianzas, ¿con quienes podríamos aliarnos para avanzar en nuestros objetivos? ¿Qué rol en la lucha le asignamos a nuestros aliados? ¿Hasta qué punto una alianza nos potencia o nos limita? ¿Cuáles son los límites que no estamos dispuestos a tolerar de comportamiento de nuestros aliados? ¿Es necesario preocuparse por mantener una hegemonía de nuestra estrategia en la alianza? Y si es así, ¿cómo?. Considero las preguntas sobre este tema muy necesarias teniendo en cuenta que la modalidad hegemónica de poder político en la izquierda uruguaya se basa en acceder al gobierno aliándose con sectores que muchas veces no representan los intereses de la clase trabajadora, o al menos no son los únicos que representan, o los hegemónicos, generando luego graves contradicciones en la práctica, garantizando avances con una mano y retrocesos con la otra, como expliqué en la sección anterior.
Al asumir que ya estamos en una guerra, y que ahora nos toca pelear o empeorar nuestra condición, se vuelve necesario asumir la tarea de proyectar la lucha y plantear sus términos.
¿Cuales son las condiciones de la victoria? ¿Qué podemos considerar como victoria en las luchas contra el capitalismo y por un nuevo sistema social? Ciertos planteos podrían ver en la conquista progresiva de derechos la victoria, pero esa idea por si sola no contempla la posibilidad de que ante un cambio de coyuntura sean retirados. Algunas posturas podrían ver en la toma del poder, en la derrota de quienes podían impedir por la fuerza nuestras aspiraciones, la victoria de la lucha. Otros dirían que la tarea se dificulta aún más a partir de ese punto. Si el día después de la revolución no se comienza decididamente y con claridad la construcción del nuevo sistema social, el viejo poder tenderá a recomponerse. Para esto podríamos suponer que es de gran importancia tener un modelo general de cómo funcionará la nueva sociedad, aunque sea como orientación, sabiendo que muchas cosas serán producto de la creatividad histórica de las personas.
Por otro lado, ¿Qué podemos considerar como derrota? Podría decirse la incapacidad de seguir luchando. En ese sentido existen derrotas momentáneas y definitivas. Pueden existir derrotas que obturen nuestra capacidad de luchar por un tiempo, pero no nuestra capacidad de recuperarnos en algún momento. A diferencia de como sucede en las guerras interestatales, los pueblos somos muchos más numéricamente que los ejércitos estatales, si en el hipotético caso de una contienda mañana todas las naciones del mundo se quedasen sin ejército, se podría seguir reproduciendo la sociedad en muchos aspectos, sin embargo si el sistema elimina a una gran mayoría de la sociedad, perdería también la fuente de sus riquezas y de los productos básicos para la reproducción social. Mientras queden supervivientes, algunos terminarán viendo su vida incompatible con seguir agachando la cabeza. Las nuevas generaciones le explicarán a las más viejas que necesitan responder a los ataques de hoy, que necesitan construir una posibilidad de futuro para sus vidas, y para eso tendrán que superar las derrotas del pasado y luchar. Creo que nuestro presente tiene mucho de eso. Conocer las formas y los tiempos en que estos procesos de derrota y recomposición se desarrollan es fundamental, sin ello es muy difícil construir conscientemente un pueblo con voluntad de lucha.
Pero entre las derrotas y victorias hay puntos intermedios, la lucha pasa por distintas etapas. Aquí entra el problema de la ofensiva y la defensiva. De los choques entre nuestros ataques y los intentos del enemigo de defenderse, y de sus ataques y nuestra defensa, se crean frentes de lucha, escenarios cuya resolución a nuestro favor o no dependerán de la táctica que despleguemos, de cómo entendamos la situación del momento y tomemos decisiones al respecto. ¿Debemos organizar las fuerzas para el ataque o para la defensa? Pregunta que depende de si el enemigo tiene la fuerza para hacernos retroceder o si más bien no tiene fuerza para contener nuestros ataques, ¿cómo se mide la fuerza o debilidad del sistema capitalista o de algunas de sus patas?. A partir de la proyección general de todos estos y otros factores podemos pensar si será una lucha rápida o prolongada, como se pregunto Mao ante la guerra con Japón, si el momento en el cual la resolución de los distintos frentes de lucha permita avanzar hacia un enfrentamiento final está cercano o lejano y como posicionarnos ante ello.
¿Cómo aplicamos lo anterior a la lucha de clases y sus distintos escenarios? Creo que una respuesta podría ser; proyectando los momentos por los que deberá pasar nuestro trabajo de organización del pueblo en torno a la lucha y a sus estrategias, y evaluar en qué momento de ese proceso estamos, si en uno en el cual nuestra capacidad de atacar es tal que si lo hacemos nuestros enemigos deberán ponerse a la defensiva, o si por el contrario a nuestro ataque le seguirá una contraofensiva que no estamos en condiciones de responder. ¿Cómo está nuestra retaguardia? ¿Los grados de apoyo que tenemos entre el pueblo nos permiten tener refuerzos para relevarnos en el campo de batalla? ¿Llegan a nuestra retaguardia los suficientes recursos para mantener el frente activo? ¿Qué tanto tiempo puede mantenerse en la vanguardia un grupo de luchadores (que tanto tiempo tienen para militar activamente)? y en base a esto ¿Comenzamos las medidas del estilo de las huelgas y ocupaciones con la perspectiva de seguirlas y profundizarlas? ¿O son más bien una demostración de inconformidad para luego replegarse? ¿Qué acciones implicaría profundizar y por qué? ¿Generalizar la huelga? ¿Amplificar la llegada de las demandas? ¿Utilizar mayores grados de presión que siembren el caos entre los enemigos y nos permitan aprovecharlo? ¿Qué tiene que ocurrir para que el bando rival se vea derrotado o retroceda?.
Algunos de estos problemas sobre la ofensiva y la defensiva o las etapas de la lucha, forman parte de conceptualizaciones históricas de la estrategia socialista. Un ejemplo de esto es la idea de Antonio Gramsci de dos principales formas de guerra, aplicables a la lucha contra el capitalismo, la guerra de movimientos y la guerra de posiciones. La guerra de movimientos sería la estrategia que se aplicaría en aquellas sociedades donde lo explicito de la guerra en curso y las capacidades de los contendientes, imponen la necesidad de ir hacia ataques directos, realizando movimientos directos hacia el corazón del territorio enemigo. Ejemplo de esto sería la revolución rusa, en la cual la ausencia de una sociedad civil extendida e integradora con las clases populares, empujó a estas a construir su sociedad por fuera del sistema autocrático y a unificarse de forma relativamente fácil frente al mismo. Por el contrario, sociedades como las de Europa occidental presentan sociedades civiles con otra tradición de integración social, que no permiten esta separación tan clara entre el pueblo y el Estado. Así la clase trabajadora debe conquistar posiciones en la propia sociedad civil, para lograr dentro de la misma una hegemonía que le permita poder avanzar hacia ataques futuros.
Esta última tarea de conquistar posiciones y construir hegemonía, muy actual a mi entender dado el tipo de formación social que tenemos en Uruguay, y dada la situación de derrota de la clase trabajadora en grandes partes del mundo, está conectada a otros dos problemas fundamentales. Uno es; ¿Cómo construimos las instituciones que nos permitan hacer de los valores revolucionarios los que comparta la mayoría de la sociedad?, pregunta que podemos concretizar con; ¿Construyendo escuelas, medios de comunicación, espacios de socialización cultural? y ampliar con; ¿Qué conocimientos sobre la subjetividad y la sociedad deben tener en cuenta esas instituciones para educar políticamente de forma efectiva?. Otro problema fundamental es; ¿Qué sociedad le oponemos a la actual? ¿Cómo funcionaría? ¿Qué organización le oponemos a la forma en que determinado aspecto de la sociedad está organizado? Es el problema del programa. Esto abre la pregunta de ¿cómo se construyen los programas? ¿Quién debe construirlos? ¿Los movimientos, los intelectuales o ambos? ¿Cómo se logra el acumulado que nos permita hacer de la elaboración de un programa algo representativo de la mayoría de nuestro bando?.
Por otro lado, colocar el foco únicamente en la guerra de posiciones, puede hacernos perder de vista las oportunidades de realizar ataques rápidos y aprovechar debilidades del enemigo. En la dinámica social capitalista algunos procesos que exceden a nuestra propia acción pueden golpear al enemigo y debilitarlo, como crisis económicas o divisiones internas. Ciertas oportunidades de pasar a la ofensiva son tan importantes que ignorarlas puede fortalecer mucho al enemigo y poner en peligro las posiciones con tanta paciencia conquistadas. Creo que esto le ha pasado a muchas izquierdas que pusieron todas sus fichas en la guerra de posiciones, y dejaron totalmente de lado la cuestión de la revolución social. Por ejemplo, ¿cómo debemos actuar si una crisis o vacío de poder, acompañada de un levantamiento popular, como en la revuelta chilena, nos encuentra en medio del trabajo en nuestras posiciones defensivas? ¿Nos quedamos por fuera del movimiento o debemos tener preparado un plan de acción para poder aprovechar esas situaciones?.
Otros problemas pueden sumarse, ya que cada lucha política concreta abre siempre nuevas interrogantes. También la teoría socialista y la historia revolucionaria desarrollan estas discusiones de formas que no expondré en este artículo por cuestiones de extensión, pero que me interesa tratar en próximos textos. Tenemos planteadas sin embargo algunas preguntas que integradas en un plan o proyecto estratégico, pueden ayudarnos a adelantarnos varios pasos a los del bando rival, y a manejar conscientemente las variables que influirán en la lucha. Creo que la expansión de este tipo de pensamiento y su articulación en una síntesis representativa de la izquierda, es una de las tareas fundamentales de la lucha por el cambio social.