La consigna del joven Marx y de la izquierda hegeliana es la crítica. Marx menciona este concepto en una carta dirigida a Arnold Ruge, publicada en 1844 en los “Anales franco-alemanes”. Sus críticas futuras a los planes socialistas utópicos están prefigurados en esta carta bajo la forma de un rechazo a las utopías comunistas de escritores como Étienne Cabet y su “Viaje por Icaria”.
El objetivo de la crítica es transformar la realidad social, y el periodismo, un género privilegiado para su vehiculización. Para el desarrollo de la crítica existen obstáculos externos e internos. En el caso de la izquierda hegeliana la represión del estado prusiano constituyó un claro obstáculo externo (razón por la cual Marx se muda a París en 1843). Marx describe a esta nación como “el reino de la estupidez” o “el régimen de la idiotez”.1
En este sentido vale preguntarse si las nuevas tecnologías de la comunicación no son un obstáculo externo para el actual ejercicio de la crítica. ¿Podría afirmarse que el mundo contemporáneo es, como dijo Marx pero en otro sentido, “la anarquía de la mente”2? Como sea, existen condiciones que son adversas a la crítica y es necesario ingeniárselas para desentenderse de ellas.
Cabe preguntarnos también si no resulta un obstáculo interno para el desarrollo de la crítica el hecho de no tener una idea clara de cómo debería ser el futuro; la ausencia de un conocimiento a priori de lo que debería hacerse. Para Marx, el reconocimiento de esa ignorancia es precisamente una ventaja de la “nueva tendencia”.3 Según él, la anticipación o configuración imaginaria de futuros utópicos constituye una “abstracción dogmática” y no una premisa de la crítica. Más bien resulta un impedimento para su desarrollo, es decir, para la acción efectiva en pos de la transformación social. El crítico no es un soñador a lo Martin Luther King. La especulación acerca de cómo debería ser el futuro es una ensoñación inútil si no parte de una base real que lo viabilice, que haga posible su realización.
Estamos acostumbrados a imaginar futuros donde ya no existen los problemas sociales del presente, pero sí las causas que los generan. ¡Una contradicción! Nuestros sueños de un futuro prometedor están contaminados por el presente. El crítico debe partir de lo real, de lo que hay, de su estudio y análisis. De acuerdo con Marx, la acción transformadora resulta efectiva, si y sólo si, se basa en la realidad existente y no en una especulación acerca de cómo debería ser el mundo.
La crítica debe estar orientada hacia las formas particulares de la realidad social, denunciar los principios que gobiernan lo concreto, y clarificar la “conciencia mística”4 (abstracta) que responde a la primera y la encubre o justifica, malogrando la acción. Esa conciencia son las falsas representaciones que el mundo tiene de sí mismo y que son funcionales a la reproducción del statu quo; la cortina ideológica que esconde lo perverso, lo obsceno. Traigo a colación un ejemplo que me parece elocuente. En un banco, de cuyo nombre no quiero acordarme, los “colaboradores” (así llama a sus empleados) reciben diariamente en un portal de noticias su dosis ideológica: el banco ayuda a los niños pobres, el banco promueve la equidad de género, el banco cuida el medioambiente, etcétera. El banco realmente se esmera en hacer olvidar a sus trabajadores que es una empresa, y algunos mediocres compran el autoengaño, en especial los que están consustanciados con ella.
Marx afirma que la mejor forma de ejercer la crítica es partir de cuestiones actuales, que despierten interés, por ejemplo, para sus coetáneos alemanes, las relaciones entre política y religión. De ahí que el periodismo sea el género predilecto de la crítica. Esas cuestiones, tal y como se presentan, son el punto de partida de la crítica. El crítico debe tomar posición y así ganar el interés práctico de un grupo: es necesario que la crítica se identifique con una lucha real. El crítico debe formular de manera general el conflicto para revelar su auténtico y esencial significado, forzando a ese grupo a ir más allá y a superar sus limitaciones.
Un ejemplo de este programa crítico es el texto “Sobre la cuestión judía” (1844)5, publicado junto a la carta a Ruge. Marx parte de una cuestión política específica: la emancipación política de los judíos alemanes. La crítica se desarrolla a partir de la formulación de la cuestión que hace Bruno Bauer para luego adoptar una forma más general que revela el auténtico y esencial significado de la cuestión: su significado político. La crítica a la religión da paso a la crítica del estado ateo y democrático, y de la emancipación política en sí misma, de sus limitaciones. Los partidarios de la emancipación política de los judíos y de la nación en general serán conscientes que la secularización del estado es tanto la consagración de la “religión de estado” como de la libertad religiosa, no la abolición de la religión. La emancipación política no es la forma coherente y definitiva de la emancipación humana: es la forma de emancipación más perfecta en la sociedad burguesa. El crítico, Marx para el caso, denuncia que el ciudadano es una abstracción que niega lo concreto: el individuo está a merced de la explotación capitalista.
La crítica, por definición, es despiadada: el crítico no viene a consolar a nadie. Debe asumir sin miedos las conclusiones que deduce a partir de su análisis de la realidad social a pesar de los conflictos que va a desencadenar. Debe expresarse sin miramientos, no puede rendir homenaje a la “corrección política”: es incisivo, agudo y punzante, hiriente como una verdad inconfesa. El crítico dice lo que los demás no quieren escuchar. Procura ayudar al mundo a clarificar su propia conciencia, a despertar de los sueños o las fantasías que se hace de sí mismo, aclarar el significado de sus acciones y deseos para superarse. Como diría Marx, el crítico debe ayudar a la humanidad a confesar sus pecados, sólo de esa forma podrá redimirse.