Ucronías digitales: ¿Un futuro más allá de las plataformas?

Es hora de asumir el desafío (II)1

Las ucronías son figuras literarias donde se imaginan historias alternas posibles a partir de sucesos contemporáneos que despiertan un mundo ficcional desde un registro de lo que «pudo haber sido si…». Distopías como las de George Orwell y Aldous Huxley o utopías sobre sociedades alternativas como las de William Morris, H.G. Wells, Iain M. Banks, Ursula K. Le Guin, Naomi Mithison son una muestra de la capacidad humana de poder imaginar cómo pueden ser las cosas en el futuro, sean estas visiones populares o corporativo-estatales. En este sentido, la ucronía puede ser entendida también como las potencialidades que ofrece el tiempo presente para diseñar y transformar nuestro futuro colectivo. 

Mientras el ingenio humano es capaz de explorar alternativas donde, por ejemplo, la tecnología es un bien común, las utopías de las corporaciones de plataformas intentan capturar nuestro deseo con patrones de conductas, proyecciones de futuro, algoritmos o producciones culturales de las más variadas que reafirman el mundo «tal como es». Nuestra existencia y tiempo vital en ese mundo parece que solo puede tener lugar bajo la mediación comercial, el dinero y la acumulación capitalista. Las soluciones a las incertidumbres humanas, las tristezas o alegrías, realizar un viaje o pedir comida, se encuentran mediante la búsqueda de una aplicación adecuada en la App Store. Así, las corporaciones de plataformas destinan enormes recursos para monetizar el comportamiento y las interacciones sociales y explotar los recursos colectivos. Al mismo tiempo, producen una forma de subjetividad encadenada al mercado y un régimen de verdad que obstruye la posibilidad de imaginar arreglos colectivos a la crisis estructural del capitalismo, pues simplemente debemos aceptar la letra chica de las condiciones de uso de las plataformas tecnológicas y convertirnos en ciudadanos/usuarios responsables del cuidado del medioambiente. Como afirma el intelectual bieloruso Evgeny Morozov2, esta utopía ha dado lugar a un mundo donde los capitalistas intentan solucionar cualquier problema -en general creado por ellos mismos-, desde la desigualdad o la pobreza, hasta el calentamiento global, para ofrecer la «libertad humana como un servicio privado». No es necesario agregar cómo este mundo del capitalismo financiero concentrado de Google, Meta, Amazon, Microsoft, Nvidia y Tesla alimenta los regímenes ultraderechistas y autoritarios de los Milei y Trump. 

Frente a este mundo distópico emergen algunas preguntas: ¿Cómo imaginar la vida colectiva más allá de las Big Tech, las corporaciones digitales y el capitalismo contemporáneo? ¿Cómo articular esta imaginación de escenarios alternativos con las luchas sociales y el nuevo escenario político? 

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Pero la monstruosa bestia no era un peso inerte;
por el contrario, envolvía y oprimía al hombre
con sus músculos elásticos y poderosos.
Enganchábase con sus dos vastas garras
al pecho de su montura

Charles Baudelaire

Es innegable que la economía de plataformas se encuentra en un amplio y creciente abanico de sectores, que abarcan actividades relacionadas a la publicidad y estudios de mercado; alojamientos; entretenimiento y ocio; servicios de cuidado; la educación; servicios financieros; el transporte; el comercio electrónico; la información y comunicación. Sin embargo, una serie de investigaciones recientes3 han puesto en evidencia que las plataformas tienen un efecto más bien obstaculizador que dinamizador en la generación de valor y acumulación en las economías contemporáneas. La digitalización del mundo del trabajo y de toda interacción social supone, no un salto al progreso social, sino una regresión histórica y civilizatoria, pues los grandes monopolios digitales abandonan la producción para concentrarse en la depredación. 

Las explicaciones sobre esta caracterización son variadas. Entre ellas, una idea común es que en el capitalismo digital se capturan no sólo los datos, sino especialmente lo que encubren en tanto potencia social del trabajo y el conocimiento colectivo. Por ello, el auge digital alimenta una gigantesca economía de renta, no porque los datos sean la nueva fuente de valor, sino porque el control de la información es conocimiento social concentrado en pocas empresas. De este modo, se produce una monopolización intelectual que se ha convertido en uno de los modos más poderosos de capturar valor. 

La centralización económica de las Big Tech se va abriendo paso en toda la cadena. Desde la producción de minerales claves para la digitalización (litio, cobalto, níquel, etcétera); el desarrollo de los cables oceánicos que cruzan continentes y que conforman la capa primaria del «digital stack»; las infraestructuras físicas como los centros de datos (como el que Google instalará en Uruguay4); y los servicios digitales de la más variada índole. El costo social y ecológico de desarrollar las tecnologías digitales bajo el imperio de las grandes tecnológicas es demasiado alto, pues se produce una dinámica donde «el ganador se lo lleva todo» (Brecha 22/IV/2022) que opera en contra del interés común, público y la soberanía de los Estados.  

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Imaginar alternativas donde sacudirse el peso de esta «monstruosa bestia» implica deliberar propuestas desde los movimientos sociales, sindicatos, cooperativas, investigadores y el mundo académico con una profunda radicalidad democrática. También requiere la apuesta al diseño de nuevas políticas públicas nacionales e internacionales que puedan generar infraestructuras y servicios digitales esenciales pensados como bienes comunes o públicos. En otras palabras, un camino hacia la reapropiación social de todo aquello que las corporaciones digitales han expropiado. 

Para abonar en este camino podrían considerarse algunas iniciativas como las siguientes. 

1. Reapropiación y control social de la infraestructura digital. La construcción de una nube pública compuesta por centros de datos públicos interconectados mediante infraestructuras (cables, satélites, antenas) en colaboración regional e internacional permitiría ampliar la soberanía nacional en la economía digital.

2. Desarrollo de plataformas universales públicas centradas en el bien común y no en la maximización de las ganancias de activos financieros, como ocurre en la actualidad. En Uruguay, la promoción de una economía social y solidaria digital y el papel de entes públicos como Antel, podría estar en el centro de la financiación y acceso a herramientas digitales dirigidas a impulsar formas asociativas y cooperativas de diverso tipo.

3. Planificación soberana de la investigación y el desarrollo. El rápido desarrollo de las plataformas, el Big Data y la IA bajo el monopolio de las grandes tecnológicas significará que solo unas pocas empresas controlarán el qué y el cómo de las investigaciones relevantes, los problemas que se plantean y la forma de resolverse. Se requiere generar una agenda de investigación independiente centrada en las necesidades sociales y del medioambiente, fuera de los enfoques mercantilistas que no consideran el colapso ecológico y las enormes cantidades de energía, agua y equipos necesarios para la ejecución de los modelos de IA. Desmercantilizar y democratizar la ciencia y la innovación es un desafío para instituciones como la Udelar, la UTEC o la ANII.

4. Defensa y ampliación de los derechos humanos y civiles en la economía digital. Bajo el dominio de los monopolios tecnológicos o de los Estados (como EEUU y China) las tecnologías digitales son una herramienta para amplificar la vigilancia, violar derechos humanos o exterminar ciudadanos, como ocurre con el genocidio en Gaza. Una auténtica participación de las comunidades permitirá decidir sobre el curso, desarrollo y uso de las tecnologías digitales. Esta deliberación debería, por ejemplo, prohibir algunos usos de la IA como la evaluación para recibir ayudas sociales, o sobre los procesos de inmigración, la gestión algorítmica sobre el trabajo, la vigilancia hacia la ciudadanía o para la industria armamentística.

5. Reapropiación social de la renta que capturan las Big Tech para orientarlo a una política industrial y social. Las grandes empresas de plataforma funcionan parasitando la creación de riqueza de otros sectores de la economía, al tiempo que evaden numerosos impuestos5. Entre otras medidas, se podría aplicar un impuesto dirigido a los ingresos totales, obligar a las empresas a pagar retenciones por la monetización de los datos capturados, gravar las importaciones digitales o impuestos al uso de la IA y robotización en el mundo del trabajo que sustituye fuerza de trabajo.

Estas iniciativas no agotan el caudal de creatividad social que puede desplegarse en el diseño de alternativas. Se trata de un aporte a las luchas sociales de las trabajadoras y trabajadores para pensar ucronías populares en la disputa por el poder a las empresas tecnológicas, en recuperar el acceso al conocimiento, los datos creados colectivamente y reorientar los beneficios concentrados de la tecnología. 

 

  1. El artículo previo a este fue publicado en el número anterior de Hormiga Roja: https://hormigaroja.uy/2025/03/el-futuro-de-la-regulacion-en-las-plataformas-digitales/ ↩︎
  2. Ver La locura del solucionismo tecnológico, Buenos Aires: Ed. Katz ↩︎
  3. Por ejemplo autores como Nick Srnicek, Cedric Durand, Cecilia Rikap y Yanis Varoufakis, entre otros. ↩︎
  4. Ver Mariana Abreu, Google rediseñó su proyecto en Uruguay Materia y energía, Brecha 24/XI/2023. ↩︎
  5. Ver Nicolás Marrero, #Uberfiles La verdadera cara del emprendedurismo de plataformas, Brecha 22/VII/ 2022. ↩︎

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